18 agosto, 2019

Carta del Párroco:
Uno de los cambios más profundos y más fácilmente constatables en los últimos años es el paso de una situación monolítica de cristiandad a un pluralismo religioso e ideológico ampliamente extendido en nuestra sociedad.

De una actitud de intolerancia e intransigencia hacia todo lo que no fuera el pensamiento y el sentir católico, hemos pasado a la aceptación y la coexistencia social de toda clase de ideologías, posturas religiosas y actitudes éticas.

Este fenómeno que a nivel social es, sin duda, reflejo de una actitud mucho más madura, de respeto, convivencia y libertad de las conciencias, ha supuesto en muchos hogares una sacudida dolorosa. Muchos padres no habían podido sospechar jamás que un hijo suyo o un nieto que lleva en sus venas su propia sangre, podría un día rechazar tan firmemente la fe cristiana y confesar su ateísmo de manera tan convencida.

Y, quizás, en muchos hogares, se comienza a vivir la experiencia dolorosa de sentirse divididos precisamente por la diferente postura de fe, según aquellas palabras de Jesús: «¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres».

Los cristianos hemos de aprender a vivir nuestra fe en esta nueva situación. No seríamos fieles al evangelio, si por mantener una falsa paz y una falsa unidad familiar, ocultáramos nuestra fe en lo íntimo de nuestro corazón, avergonzándonos de confesarla, o la desvirtuáramos quitándole toda la fuerza que tiene de interpelación a todo hombre de buena voluntad.

Hemos de saber confesar abiertamente nuestras convicciones religiosas. Hemos de ahondar más en el mensaje de Jesús para saber «dar razón de nuestra esperanza» frente a otras posturas posibles ante la vida.

Pero, sobre todo, hemos de vivir las exigencias del evangelio dando testimonio vivo de seguimiento fiel a Jesucristo y, al mismo tiempo, y precisamente por eso, de respeto total a la conciencia del otro.

Nuestra preocupación primera no debe ser el «convertir» o «recuperar» de nuevo para la fe a aquel miembro de la familia al que tanto queremos, sino el vivir con tal fidelidad y coherencia nuestras propias convicciones cristianas, que nuestra vida se convierta en interrogante y estímulo que le anime a buscar con sinceridad total la verdad última de la vida.

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco