14 octubre, 2019

Carta del Párroco:

Hay quienes caminan por la vida con aire triste y pesimista. Su mirada se fija siempre en lo desagradable y desalentador. No tienen ojos para ver que, a pesar de todo, la bondad abunda más que la maldad. No saben apreciar tantos gestos nobles, hermosos y admirables que suceden todos los días en cualquier parte del mundo. Tal vez lo ven todo negro porque proyectan sobre las cosas su propia oscuridad.

Otros viven siempre en actitud crítica. Se pasan la vida observando todo lo negativo que hay a su alrededor. Nada escapa a su juicio. Se consideran personas lúcidas, perspicaces y objetivas. Sin embargo, nunca alaban, admiran o agradecen. Lo suyo es destacar el mal y condenar a las personas.

Otros hacen el recorrido de la vida indiferentes a todo. Sólo tienen ojos para lo que pueda servir a sus propios intereses. No se dejan sorprender por nada gratuito, no se dejan querer ni bendecir por nadie. Encerrados en su mundo, bastante tienen con defender su pequeño bienestar cada vez más triste y egoísta. De su corazón no brota nunca el agradecimiento.

Hay quienes viven de manera monótona y aburrida. Su vida es pura repetición: el mismo horario, el mismo trabajo, las mismas personas, la misma conversación. Nunca descubren un paisaje nuevo en sus vidas. Nunca estrenan día nuevo. Nunca sucede algo diferente que renueve su espíritu. No saben descubrir ni amar de manera nueva a las personas. Su corazón no conoce la alabanza.

Para vivir de manera agradecida, lo primero es reconocer la vida como buena. Mirar el mundo con amor y simpatía. Purificar la mirada cargada de negativismo, pesimismo o indiferencia para apreciar todo lo que hay de bueno, hermoso y admirable en las personas y en las cosas. Saber disfrutar de lo que vamos recibiendo de manera gratuita e inmerecida. Cuando san Pablo dice que «hemos sido creados para alabar la gloria de Dios» está diciendo cuál es el sentido y la razón más profunda de nuestra existencia. En el episodio narrado por Lucas, Jesús se extraña de que sólo uno de los leprosos vuelva «dando gracias» y «alabando a Dios». Es el único que ha sabido sorprenderse por la curación y reconocerse agraciado.

P. Fernando Sotelo Anaya.