20 agosto, 2020

“Estén siempre alegres” (1Tes 5,16)

“Les he dicho esto para que participen en mi alegría, y su alegría sea completa”(Jn 15,11)

Nuestra vida debe regirse siempre por valores y actitudes que nos ayuden a ser congruentes con lo que pensamos y creemos. De ahí que nuestro actuar corresponda en consecuencia de lo que llevamos en nuestro interior. Y, sobre todo, para nosotros como cristianos, ése actuar debe corresponder a los valores que desde el Evangelio deben regir nuestra vida. Así nuestras actitudes ante la vida, corresponderán a actitudes de fe que ofrecen sentido a nuestra existencia.

Debemos primero que nada ser realistas y reconocer que no es fácil vivir con alegría y optimismo aquello que a cada uno nos ha tocado vivir. Como tantas cosas en ésta vida, también a ser alegres se aprende. Que oportuno sería que la preocupación constante de padres de familia y educadores, fuera la de ayudar a sus hijos y a los jóvenes a cambiar las actitudes negativas y derrotistas, por otras más positivas y entusiastas. La alegría de vivir, debe llevarnos a compartir alegremente la existencia con otros. Ésta debe ser una tarea fundamental en la educación en los valores.

Y es que la alegría de vivir se descubre a través de la autoestima, del disfrute de las pequeñas cosas que están a nuestro alcance. Así el poder vivir siempre plenamente alegres se desarrolla con una actitud positiva ante lo pequeño y ordinario de la vida. Se logra de ésta manera vivir con alegría y optimismo, y se le da sentido no sólo a la vida, también al dolor, a la muerte, buscando en definitiva la trascendencia en todo.

Pero hay que constatar siempre que la alegría, no es cosa fácil. La alegría nace de la paz interior, de una conciencia tranquila, del deber cumplido, de un amor verdadero, de la confianza en Dios. La persona amargada, triste, desesperanzada de la vida, sufre incluso porque ve a los otros alegres, y deseará que no lo sean. Es quien muchas veces es infeliz y se dedica a hacer infelices a los demás.

La persona alegre, por el contrario, goza con la alegría de los otros, los anima en sus triunfos y comparte su felicidad. Con ésta actitud da testimonio de alegría evangélica, aquella que nace de vivir según el espíritu de las Bienaventuranzas. Esta persona se siente dichosa por saberse amada por Dios, y considera los sufrimientos y situaciones difíciles que deba vivir como gracias de parte de Dios. Por eso, sale fortalecida de las pruebas y con una alegría renovada.

Es así como la persona alegre tiene su corazón abierto a la generosidad, sabe darse a los demás, trata siempre de aliviar las necesidades de sus semejantes y no espera recompensas ni agradecimientos. Al actuar así, demuestra su fortaleza interior y su madurez en la fe. Cuando ésta actitud es el eje de su vida, es alguien que no genera conflictos y minimiza las contrariedades. Se trata de alguien con quien da gusto convivir y es muy agradable su trato en todo momento. Entonces, este vivir alegres corresponde a la esencia del verdadero cristiano, quien debe hacer vida la alegría de saber que su Señor está vivo, glorioso y resucitado. Y ante esto no hay tristeza que pueda amargar la existencia.

Pbro. Fernando Sotelo