UN TESORO ESCONDIDO
E. Fromm escribe así en una de sus obras: «Nuestra cultura lleva a una forma difusa y descentrada de vivir que casi no registra paralelo en la historia. Se hacen muchas cosas a la vez… Somos consumidores con la boca siempre abierta, ansiosos y dispuestos a tragarlo todo… Esta falta de concentración se manifiesta en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos.»
Es precisamente en esta cultura donde hemos de escuchar la llamada de Jesús a ahondar en la existencia para encontrar ese «tesoro escondido» que puede transformar nuestra vida. Tal vez, lo que necesita urgentemente el hombre de hoy para encontrarlo se puede resumir en tres cosas: huir de la dispersión, vivir desde dentro y recuperar la paz.
Nuestro primer esfuerzo ha de ser luchar contra la dispersión. No dejarnos desbordar por el diluvio de informaciones que cae cobre nosotros. Resistirnos a ser juguete de tantos estímulos, imágenes e impresiones que pueden arrastrarnos de un lado para otro, destruyendo nuestra armonía interior. Naturalmente, esto exige una ascésis personal y un adiestramiento. La dispersión sólo se supera cuando uno vive enraizado en las grandes convicciones que dan sentido a su vida. Es aquí donde el creyente descubre el poder unificador de la fe en Dios y la importancia de la experiencia religiosa para adquirir una consistencia interior.
Necesitamos también vivir las cosas desde dentro. Sólo entonces encontramos nuestra propia verdad; cada pieza de nuestro «puzzle» interior se va colocando en su sitio y aflora nuestro verdadero rostro. Sólo entonces nos relacionamos con las personas desde nuestro verdadero ser, sin proyectar sobre ellas nuestras ilusiones, frustraciones o tentaciones de dominio. Naturalmente, también esto exige disciplina. Es necesario vivir de manera consciente cada una de nuestras actividades. Estar «aquí y ahora» en cada momento del día. Es entonces cuando el creyente descubre y experimenta la hondura que proporciona a la existencia el vivir la vida ante Dios.
El hombre de hoy necesita, además, sosiego interior. Pero como la paz del corazón no se puede comprar con dinero, muchas personas que lo tienen casi todo, no saben cómo adquirirla. La serenidad del corazón sólo llega cuando limpiamos nuestro interior de miedos, culpabilidades y conflictos. Tal vez, uno de los mayores regalos de la vida, a veces tan dura e inhóspita, es el poder experimentar a Dios como fuente de verdad última, de paz interior y descanso verdadero. Quien sabe estar así ante Dios, aunque sea de vez en cuando, «bebiendo sabiduría, amor y sabor» (S. Juan de la Cruz) encuentra «un tesoro escondido».
P. Fernando Sotelo Anaya.