27 agosto, 2020

Quien no lleve la cruz detrás de mí

 

Todos queremos ser felices. Por caminos diferentes, con más o menos acierto, todos nos esforzamos por alcanzar «algo» que llamamos «felicidad» y que nos atrae desde lo más hondo de nuestro ser. Pero, tarde o temprano, todos nos encontramos en la vida con el sufrimiento.

Por mucho que se esfuerce en evitarlo, todo hombre o mujer termina experimentando en su propia carne la verdad de las palabras de Job: «El hombre, nacido de mujer, es corto de días y harto de inquietudes

Sin duda, los sufrimientos de cada persona son diferentes y pueden deberse a factores muy diversos. Pero K.G. Durckheim nos recuerda en sus obras las tres principales fuentes de donde brota el sufrimiento humano.

El hombre busca, antes que nada, seguridad y cuando en su vida surge algo que la pone en peligro, comienza a sufrir porque su seguridad puede quedar destruida. Muchos de nuestros sufrimientos provienen del miedo a que quede destruida nuestra imagen, nuestra tranquilidad, nuestra salud.

El hombre busca, además, sentido a su vida, y cuando experimenta que ésta no significa nada para nadie ni siquiera para él mismo, comienza a sufrir porque ya todo le parece absurdo e inútil. Nada merece la pena.

Cuánto sufrimiento nace de los fracasos, frustraciones y desengaños.

El ser humano busca también amor frente al aislamiento y la soledad, y cuando se siente incomprendido, abandonado y solo, comienza a sufrir. Cuántas personas sufren hoy porque no tienen cerca a nadie que las quiera de verdad.

La fe no dispensa al creyente de estos sufrimientos; también él conoce, como cualquier otro hombre o mujer, el lado doloroso de la existencia. Tampoco la fe carga necesariamente al cristiano con un sufrimiento mayor que el del resto de los hombres. Lo primero que escucha el creyente cuando se siente interpelado por Cristo a llevar la cruz tras él no es una llamada a sufrir «más» que los demás, sino a sufrir en comunión con él, es decir, a «llevar la cruz» no de cualquier manera, sino «tras él», desde la misma actitud y con el mismo espíritu.

Quien vive así la cruz, unido a Cristo y desde una actitud de confianza total en Dios, aprende a vivir el sufrimiento de una manera más humana.

Los sufrimientos siguen ahí con todo su realismo y crudeza, pero con la mirada puesta en Cristo crucificado, el creyente encuentra una fuerza nueva en medio de la inseguridad y la destrucción; descubre una luz incluso en los momentos en que todo parece absurdo y sin sentido; experimenta una protección última y misteriosa en medio del abandono de todos.

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco