19 mayo, 2019

Carta del Párroco
Una de las tareas más importantes hoy dentro del cristianismo es, sin duda, liberarlo de adherencias y visiones deformadas, que ocultan su originalidad revolucionaria e impiden captar dónde está Li verdadera fuerza de la fe cristiana. Por eso son tan importantes obras como la de J. Moingt, traducida recientemente con el título El hombre que venía de Dios (Desclée de Brouwer, 1995).

En este denso estudio, resultado de su larga enseñanza de la teología en Lyon y París, el teólogo francés hace esta afirmación central: «La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta a la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo. »

Este mensaje sustancial del cristianismo queda explícitamente confirmado en la revolucionaria parábola del juicio final. El relato evangélico es asombroso. Son declarados « Benditos del Padre» los que han hecho el bien a los necesitados: hambrientos, extranjeros, desnudos, encarcelados, enfermos; no han actuado así por razones religiosas, sino por compasión y solidaridad con los que sufren. Los otros son declarados «malditos» no por su incredulidad o falta de religión, sino por su falta de corazón ante el sufrimiento del otro.

No solemos captar, por lo general, el cambio sustancial que esto introduce en la historia de la religión. Se puede formular así: la salvación no consiste ya en buscar a través de la religión un Dios Salvador, sino en preocuparse de quienes padecen necesidad. Lo que salva es el amor al que sufre. La religión no es requerida como algo indispensable, y no podrá nunca suplir la falta de este amor.

Seguimos pensando que el camino obligatorio que conduce a Dios y lleva a la salvación pasa necesariamente por el templo y la religión. No es así. El cristianismo afirma que el único camino indispensable y decisivo hacia la salvación es el que lleva a ayudar al necesitado. Esta es la gran revolución que introduce Cristo: Dios es amor gratuito y sólo se encuentra con él quien, de hecho, se abre a la necesidad del hermano.

En estos tiempos de crisis religiosa en que bastantes viven una fe vacilante y sin caminos claros hacia Dios, ésta es la Buena Noticia que nos llega de Cristo. Se puede dudar de muchas cosas, pero no de ésta: hay un camino que siempre conduce hasta Dios, y es el amor al necesitado. Las religiones no tienen ya el monopolio de la salvación. Sólo salva el amor. Este es el camino universal, la «vía profana» accesible a todos. Por él peregrinamos hacia el Dios verdadero, creyentes y no creyentes.

Desde ahí hemos de entender el mandato de Jesús: Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado. La señal por la que los conocerán que son discípulos míos, será que se aman unos a otros. »

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco