31 marzo, 2022

Los estudios de G. Lipovetsky nos han ayudado a tomar conciencia más clara de la fuerza que la seducción ha ido adquiriendo en nuestros días. La seducción se ha convertido en el principio que organiza, en gran parte, el consumo, las costumbres y la vida cotidiana del hombre contemporáneo.

Lo que rige la vida no son las grandes ideas, sino el reclamo y la comunicación publicitaria. La fascinación de “lo nuevo” es más fuerte que el interés por la verdad. La actualidad candente interesa más que la exposición de las doctrinas.

Es en el consumismo contemporáneo donde resulta más fácil observar la fuerza seductora que tiene hoy «lo nuevo». Las industrias innovan constantemente sus productos para ganarse nuevos clientes. Lo importante es ofrecer modelos siempre nuevos, aunque sea creando artificialmente nuevas necesidades.

Pero no es sólo un rasgo del consumismo actual. El hombre contemporáneo vive, en general, fascinado por “lo nuevo”. Lo conocido le aburre. Necesita la emoción de la novedad, la excitación de lo diferente, lo que cambia. Esta seducción por “lo nuevo” rige hoy la conducta de no pocos. Elegir “lo nuevo” les da la sensación de ser personas libres, independientes, sin ataduras respecto al pasado. Pueden presentarse a la sociedad como «progres».

Por otra parte, los medios de comunicación no hacen sino potenciar este clima. Lo importante es seducir al público, impactar, “lograr el efecto”. La información ha de retener la atención, distraer, no aburrir. Los debates han de tener la emoción del directo y mostrar el ingenio y los posibles «rifi-rafes» de los participantes.

La inquietud cultural, la búsqueda espiritual, los valores humanos van quedando arrinconados. Lo anecdótico interesa más que lo fundamental. Lo importante es vivir entretenidos y pasarlo bien, sin más pretensiones.

En este clima no es fácil escuchar un mensaje que nos invite a reaccionar. Las personas se van acostumbrando a vivir distraídas, sin criterios ni sistema alguno de referencia. Las convicciones religiosas y morales se van disolviendo poco a poco. Interesa todo menos lo importante. El hombre se va quedando «sin oído para lo religioso», como diría M. Weber.

Aunque los hombres sigan desoyendo la llamada de Dios, perdiéndose en mil formas de evasión, Dios no cesa de invitarnos a una vida más humana. Y aunque su invitación sea rechazada por muchos, siempre habrá hombres y mujeres que la escucharán con gozo.
P. Fernando Sotelo Anaya