18 agosto, 2021

Entrar por la puerta estrecha.
La tolerancia ocupa hoy un lugar eminente entre las virtudes más apreciadas en Occidente. Así lo confirman todas las encuestas. Ser tolerante es hoy un valor social cada vez más generalizado sobre todo en el área de lo sexual, lo político o lo religioso. Las jóvenes generaciones no soportan ya la intolerancia y la falta de respeto al otro.

Todos hemos de celebrar este nuevo clima social después de siglos de intolerancia y de violencia perpetrada muchas veces en nombre de la religión o del dogma. Cómo se estremece hoy nuestra conciencia al leer obras como la excelente novela de Miguel Delibes, El hereje (Ed. Destino, Barcelona 1998), y qué gozo experimenta nuestro corazón ante ese canto apasionado a la tolerancia y a la libertad de pensamiento.

Todo ello no impide que seamos críticos con un tipo de «tolerancia» que más que virtud o ideal humano, es desafección hacia los valores e indiferencia grande ante el sentido de cualquier proyecto humano: cada uno puede pensar lo que quiera y hacer lo que le dé la gana porque poco importa lo que el ser humano haga con su vida. Esta «tolerancia» nace cuando faltan principios claros para distinguir el bien del mal y cuando las exigencias morales quedan diluidas o se mantienen bajo mínimos. En realidad se trata de una irresponsabilidad y algunas veces ignorancia.

La verdadera tolerancia no es «pérdida del sentido moral o ético» ni cinismo o indiferencia ante la erosión actual de valores. Es respeto a la conciencia del otro, apertura a todo valor humano, interés por todo lo que hace al ser humano más digno de este nombre. La tolerancia es un gran valor, no porque no haya verdad objetiva ni moral alguna, sino porque el mejor modo de acercarnos a ellas es el diálogo y la apertura mutua.

Cuando no es así, pronto queda desenmascarada. Se presume de tolerancia, pero se reproducen nuevas exclusiones y discriminaciones, se afirma el respeto a todo y a todos, pero se descalifica y ridiculiza aquello que molesta. ¿Cómo explicar que en una sociedad que se proclama tolerante brote de nuevo la xenofobia o se alimente la burla de lo religioso?

En la dinámica de toda verdadera tolerancia hay un deseo de buscar siempre lo mejor para el ser humano. Ser tolerante es dialogar, buscar juntos, construir un futuro mejor sin despreciar ni excluir a nadie. Pero la tolerancia no es irresponsabilidad, abandono de valores, olvido de las exigencias morales. La llamada de Jesús a entrar por la «puerta estrecha» no tiene nada que ver con un rigorismo crispado y estéril, pero sí es una llamada a vivir radicalmente sin olvidar las exigencias a veces apremiantes de toda vida digna del ser humano.

No es fácil captar con toda precisión la intención de la imagen empleada por Jesús. Las interpretaciones de los expertos difieren. Pero todos coinciden en afirmar que Jesús exhorta al esfuerzo y la renuncia personal como actitud indispensable para salvar la vida.

No podía ser de otra manera. Aunque la sociedad permisiva parece olvidarlo, el esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios para alcanzar la madurez personal. No hay otro camino. Si alguien pretende lograr su realización por el camino de lo agradable y placentero, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo y de sus actos. Nadie alcanza en la vida una meta realmente valiosa sin renuncia y sacrificio.

Esta renuncia no ha de ser entendida como una manera tonta de hacerse daño a sí mismo privándose de la dimensión placentera que entraña el vivir saludable. Se trata, por el contrario, de asumir las renuncias necesarias para vivir de manera intensa y positiva.

Así, por ejemplo, la verdadera vida es armonía. Armonía entre lo que creo, lo que pienso y lo que hago. No siempre es fácil esta armonía personal. Vivir de manera coherente con uno mismo exige renunciar a todo lo que entorpece o impide esa armonía. Pero, sin esta renuncia, la persona no crece.

La vida es también verdad. Tiene sentido cuando la persona ama la verdad, la busca y camina tras ella. Pero esto exige esfuerzo y disciplina; renunciar a tanta mentira y autoengaño que desfigura nuestra persona y nos hace vivir en una realidad falsa. Aquí esta una tolerancia inadmisible.

La vida es amor. Quien vive encerrado en sus propios intereses, esclavo de sus ambiciones, podrá lograr muchas cosas, pero su vida es un fracaso. Naturalmente, el amor exige renunciar a egoísmos, envidias y resentimientos. Pero, sin esta renuncia no hay amor, y sin amor no hay crecimiento de la persona.

La vida es regalo pero es tarea. Ser humano es una dignidad pero es también un trabajo. No hay crecimiento sin desprendimiento; no hay libertad sin sacrificio; no hay vida sin renuncia. Uno de los errores más colosales de la sociedad permisiva es confundir la «felicidad» con la «facilidad». La advertencia de Jesús guarda toda su gravedad también en nuestros días. Sin renuncia no se gana ni esta vida ni la eterna. Así que no renunciemos a la verdad en nombre de la tolerancia. De ahí la frase celebre de Voltaire : “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo
P. Fernando Sotelo Anaya