8 diciembre, 2019

Carta del Párroco:

Han pasado ya bastantes años desde que S. Freud afirmara de manera casi dogmática que «la religión es la neurosis obsesiva común al género humano». La investigación actual no confirma hoy esta visión freudiana del hecho religioso.

El profesor V. Frankl, reconocido mundialmente como el fundador de la tercera escuela vienesa de psicoterapia (logoterapia), llega a decir, por el contrario, que la religiosidad reprimida de manera indebida es patógena y se está convirtiendo en fuente de neurosis del hombre contemporáneo.

En su obra, «La presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión» (Ed. Herder, 1988), V. Frankl habla de un Dios presente en la profundidad inconsciente de muchos hombres y mujeres de hoy. Un «Dios inconsciente» que está latente en lo profundo de muchas personas, aunque la relación con él haya quedado reprimida.

Los factores que producen esta represión pueden ser múltiples y, con frecuencia, actúan de manera simultánea en una misma persona.

A veces, es el imperio absoluto y despótico de la razón científica mal entendida el que ahoga la inquietud religiosa que brota del corazón humano.

Otras veces, la persona se instala en una vida pragmática y superficial que le impide llegar con un poco de hondura al fondo de su ser. Sólo interesa la satisfacción inmediata y el placer a cualquier precio. Ya no queda sitio para Dios.

Con frecuencia, el vacío dejado por Dios viene a ser ocupado por «los dioses de paisano» de la era moderna: el dinero, el sexo, el prestigio social.

Pero la religiosidad queda ahí latente, incluso en personas que se dicen increyentes, aunque se trate, muchas veces, de una religiosidad poco desarrollada, adherida a imágenes y vivencias de la infancia.

Lo grave es que esta religiosidad, atrofiada y reprimida, perturba la relación sana con Dios y puede producir, lo mismo que cualquier otra represión, efectos muy negativos en la persona.

La curación, como en todos los procesos de falsa represión, sólo se logra cuando la persona se plantea de manera consciente y responsable su actitud. En este caso, se trata de cerrar definitivamente las puertas a Dios o bien de acogerlo de manera consciente y hacerle un sitio en la propia vida.

De nuevo, una voz nos grita a todos: «Preparad los caminos del Señor». Quitad los obstáculos que impiden la llegada de Dios a vuestras vidas. No bloqueéis su presencia. No repriman por más tiempo su «nostalgia» inconsciente de Dios.

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco