17 noviembre, 2019

Carta del Párroco:
El hombre tiene esperanza cuando cree que las cosas pueden cambiar y piensa que es posible transformar la situación y llegar a disfrutar de una vida más humana.

Por eso son muchas las preguntas que comienzan a despertar en el corazón del hombre moderno: ¿Qué esperanza pueden tener hoy los hombres? ¿Qué es lo que pueden esperar? ¿Dónde se puede apoyar su esperanza? ¿Hay algo que nos puede permitir una vida más liberada y humana?

Todos experimentamos la necesidad de vivir más intensamente, más libremente, con mayor plenitud y seguridad. Y casi instintivamente buscamos «algo» capaz de llenar nuestras aspiraciones.

Y cuando nos parece haber encontrado algo que puede realizar nuestras esperanzas, casi sin darnos cuenta, lo «sacralizamos», lo absolutizamos y le rendimos nuestro ser.

Por eso son muchos los que, habiendo abandonado toda religión y toda fe en Dios, «sacralizan» ahora la ciencia, el progreso, la política, el dinero, el bienestar, como nuevos «dioses» que nos pueden ofrecer hoy la «salvación». Como decía Bossuet: «Todo es Dios menos Dios mismo».

Pero la humanidad sufre hoy una profunda crisis de realismo. Nuestras esperanzas no se cumplen. Nuestras aspiraciones quedan insatisfechas. Cada vez es más difícil seguir poniendo la esperanza en algo que puede ofrecernos verdadera «salvación».

Ya no hay ciencia capaz de garantizar un final feliz de la aventura humana sobre la tierra. No hay sistema económico capaz de ofrecernos un porvenir más seguro. Ninguna ideología capaz de abrirnos un horizonte de esperanza nueva. Ni el colectivismo marxista ni el desarrollo capitalista despiertan una esperanza razonable en las nuevas generaciones.

Mientras tanto, el «suicidio colectivo» de la humanidad es ya históricamente posible. Cada vez es más insostenible el «equilibrio de terror» entre los grandes bloques del planeta. La carrera de armamentos crece sin control. Las guerras de hoy pueden desencadenar ya «el holocausto de la especie humana».

La esperanza cristiana no se alimenta del fracaso de otras esperanzas que puede alimentar el hombre. No nace tampoco del resentimiento o el desprecio a los esfuerzos de la ciencia, la economía o la política. Sencillamente descubre que son esperanzas insuficientes.

La fe nos permite descubrir con más claridad que la salvación que buscamos y necesitamos supera todo lo que los hombres nos podemos dar a nosotros mismos.

Nuestra tarea es perseverar en esa búsqueda de una salvación final. Orientar todos los esfuerzos de la humanidad hacia esa meta definitiva de una sociedad de fraternidad y libertad. Seguir luchando obstinadamente, pacientemente, incansablemente. Dios nos ha creado creadores. Su promesa nos sostiene: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco