30 junio, 2019

Carta del Párroco:

En los últimos años de su vida, el célebre teólogo K. Rahner decía que en Europa la fe se halla en «tiempo invernal». Luego han sido varios los teólogos europeos que han usado la misma metáfora para describir el momento actual de la Iglesia. Se trata, sin duda, de una expresión dura, pero que viene sugerida por algunos indicios graves. Sólo señalaré los que se apunta con más fuerza.

Bastantes cristianos se sienten sacudidos en su misma identidad. No están seguros de ser creyentes. Tampoco aciertan a comunicarse con Dios. La teólogo I.F. Górres hablaba hace unos años de la «secreta increencia» que crece en el interior mismo de la Iglesia. Por otra parte, no parece que las Iglesias estén consiguiendo transmitir la fe a las nuevas generaciones.

Otro dato importante es la pérdida de credibilidad del cristianismo. La Iglesia ya no despierta la confianza de hace unos años. Su palabra, muchas veces autoritaria y exigente, no tiene el peso moral de otros tiempos. La autoridad religiosa viene cuestionada hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia. Al cristianismo se le piden hechos y no discursos.

Además, «lo cristiano» parece cada vez más irrelevante socialmente. El teólogo de Tubinga, N. Greinacher acaba de afirmar que «la Iglesia se está convirtiendo cada vez más en un fenómeno marginal de nuestra sociedad». En algunos ambientes, su actuación ni siquiera es considerada digna de discusión o de crítica.

La imagen de K. Rahner encerraba, sin embargo, un sentido más hondo que el de la «rigidez hibernal». En cada invierno se anuncia ya la primavera y, bajo los campos helados, la vida se prepara para un nuevo renacer. Pero, nada importante nace de forma fácil. El mismo Rahner pedía, en primer lugar, radicalidad, retorno a las raíces espirituales. «Es difícil saber de qué modo y con qué medios hacerlo, pero si el cristianismo estuviera marcado por la radicalidad, surgiría la primavera en la Iglesia.» Hoy no tenemos santos entre nosotros o, tal vez, ni somos capaces de reconocerlos. Este es nuestro primer problema.

Además, la Iglesia ha de acercarse al dolor del hombre actual, a su vacío interior, a su impotencia para encontrarse con Dios. Para nadie es fácil creer. Y la Iglesia tiene que desprenderse de falsas seguridades para acompañar a los hombres y mujeres de hoy en la búsqueda de sentido y esperanza. El «restauracionismo» sólo conduce a peligrosos atascos de endurecimiento y crispación. Lo que necesitamos es conversión personal y colectiva al Dios vivo de Jesucristo.

Tal vez ha llegado el momento en que la Iglesia, olvidando cuestiones secundarias, ha de escuchar la llamada de Jesús: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.»
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco