4 diciembre, 2022

La figura del Bautista es sombría. Su predicación gira en torno al juicio inminente de Dios. Llega ya el Juez Supremo con rostro airado y enfurecido. Nadie se librará de su terrible juicio. «Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles» (Mt 3, 10). Lo único que nos queda es hacer penitencia, volver al cumplimiento de la ley y ver si podemos evitar así «su ira inminente».

No son sólo palabras. El Bautista se convierte con su vida en símbolo de este mensaje amenazador. Se retira al desierto y hace vida de ayuno y penitencia. El Bautista no acoge a los que sufren, no se acerca a los leprosos, no cura a los enfermos, no perdona a los pecadores, no bendice a los niños. Lo suyo es predicar el juicio de Dios, bautizar y llamar a hacer penitencia. El Bautista introduce en los corazones miedo a Dios pues entiende la religión como espera y preparación de su juicio terrible.

La aparición de Jesús representa algo nuevo y sorprendente. Su predicación ya no se centra en el juicio de Dios. El que llega no es un Juez airado, sino un Padre que quiere reinar y ser acogido porque sólo busca una vida más digna y dichosa para todos. No oculta Jesús el riesgo de quedarse fuera de «la fiesta final», pero Dios ofrece su perdón gratuito a todos, incluso a los paganos y pecadores.

El mismo Jesús se convierte en el mejor símbolo de ese Dios bueno. No vive ayunando en el desierto, sino comiendo con pecadores. No le llaman «bautizador», sino «amigo de publicanos y pecadores». Lo suyo no es promover penitencia, sino hacer «gestos de bondad»: Jesús defiende a los débiles, cura a los enfermos, perdona a los pecadores, bendice a los niños. Jesús introduce en los corazones confianza en un Dios bueno porque entiende la religión no como la preparación de un juicio, sino como la acogida de un Dios Padre que quiere vernos convivir como hermanos.

Juan fue un gran hombre. Según Jesús, «el mayor entre los nacidos de mujer». Pero entre Juan y Jesús no hay confusión posible. «La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan; a partir de entonces se anuncia la Buena Noticia del Reinado de Dios». No nos podemos quedar en Juan. La Iglesia ha de seguir a Jesús, no al Bautista. La nuestra no es una religión del miedo, sino de la confianza en Dios. Lo decisivo no es hacer penitencia, sino «ser misericordiosos como el Padre es misericordioso».
P. Fernando Sotelo Anaya.