10 noviembre, 2019

Para bastantes de nuestros contemporáneos, Dios ya no es Alguien lleno de vida. Siguen admitiendo de alguna manera la existencia, allá fuera del mundo, de un ser de características especiales, pero no aciertan a ver cómo ese Dios pueda ser hoy fuente de vida para nosotros.

Y sin embargo, Dios es, antes que nada, el amigo de la vida, el que pone alegría y esperanza en el fondo mismo de la existencia. Y no se puede creer en Dios sino como alguien que da sentido, valor y plenitud a la vida del mundo.

El Dios de Jesús «no es un Dios de muertos, sino de vivos». No es el Dios de los que ven en la vida sólo frustración, absurdo y muerte. Es el Dios de los que creen, esperan y luchan por una vida siempre mayor.

Por eso, a Dios lo encontraremos siempre allí donde existe vida, allí donde late el deseo de vivir. Lo hallaremos donde el hombre se enfrenta a una tarea, donde la humanidad lucha por ser más humana.

Por eso Dios está con aquéllos que sufren y mueren por falta de justicia y compasión. ¿Cómo? Sufriendo con ellos.
Asumiendo misteriosamente su dolor.

Y Dios está también con aquéllos que luchan contra la injusticia, los abusos, el egoísmo que mata y oprime. ¿Cómo? Sosteniendo su esfuerzo, purificando su lucha, abriendo esperanza en el fracaso.
Es en medio de la vida donde los creyentes debemos descubrir a nuestro Dios como Alguien que la sostiene, la impulsa, y nos llama a vivir y a hacer vivir.

A veces los cristianos parece que creemos en la eficacia de todo menos en la de Dios. Nos apoyamos en todo menos en la gracia. Y vamos construyendo un mundo «sin espíritu y sin vida». Se diría que no nos atrevemos a creer en un Dios cercano, mezclado en nuestras cosas, palpitante en medio de nuestra existencia.

Según K. Rahner, la experiencia de Dios consiste en «tomar conciencia más explícitamente y en aceptar libremente un elemento constitutivo del hombre, generalmente soterrado y reprimido, pero que es ineludible y recibe el nombre de gracia, y en el que Dios mismo se hace presente de modo inmediato».

Pero los cristianos creemos algo más. Un día, por encima de muertes y fracasos, toda la vida y el aliento que existe en la historia de los hombres alcanzará su plenitud en la vida infinita de Dios.

Esta vida pequeña de cada uno de nosotros, llena de trabajos, sufrimientos, lágrimas y algunas pequeñas alegrías, se convertirá por fin en Vida, Amor, Felicidad.

«Desde entonces, la actitud fundamental del cristianismo, por encima de todas las cosas, es la alegría, como orientación de todo su ser. Con esta actitud deberían recibirse todas las experiencias de la vida, incluso las del sufrimiento y la muerte» (L. Boros).

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco