2 junio, 2019

Carta del Párroco:

Pocas experiencias más duras que la despedida a la persona querida que la muerte nos arranca para siempre. Ya no podremos abrazarla, mirarla a los ojos, escuchar sus confidencias, hablar con ella como en otros tiempos. Su habitación ha quedado vacía. Ya no está. Nadie podrá llenar su ausencia.

En medio de la pena inmensa, comienzan a surgir las preguntas: ¿Por qué ha tenido que ser así?, ¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué nos ha dejado solos?, ¿por qué ahora que tanto la necesitábamos? Así sienten esposos, amigos o cuantos pierden a un ser querido.

La muerte no ha logrado, sin embargo, arrancar a esa persona de nuestro corazón. La seguimos queriendo. Podemos recordarla, reavivar lo que hemos compartido y vivido juntos, lo que nos ha querido comunicar a lo largo de los años. Tal vez no la hemos comprendido del todo; sin duda, la podíamos haber querido más. No es el momento de culpabilizamos. Ahora nos queda el amor con que esa persona nos ha acompañado durante su vida.

Tenemos mucho que agradecer. Esa persona, con todas sus limitaciones y deficiencias, ha sido un regalo. Hemos disfrutado de su presencia. Nuestra vida ha sido más dichosa gracias a su compañía y amistad. Su partida no podrá nunca destruir lo vivido. La muerte la ha separado de nosotros, pero la ha conducido hasta el misterio insondable de Dios. Allí nos espera.

Al despedirse de sus discípulos, Jesús les habla así: «Me voy a prepararles un lugar Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar volveré y los tomaré conmigo para que donde esté yo, estén también ustedes» (Jn 14, 2-3). Todos tenemos ya un lugar preparado por Cristo para cada uno de nosotros en el corazón de Dios. Pero lo que creemos de Jesús lo podemos también esperar de las personas queridas que nos han precedido en la muerte.

Cuando se nos muere un ser querido se lleva consigo hacia Dios lo bueno que ha compartido con nosotros: el amor, la amistad, las experiencias gozosas de la vida. De esta manera, esa persona introduce algo nuestro en el misterio de Dios. Cuando un día abandonemos esta vida, no partiremos hacia lo desconocido, sino hacia un hogar en el que nos espera ese Jesús al que hemos querido tanto en esta vida y esas personas amigas a las que no hemos querido mucho menos. Allí nos volveremos a encontrar y nos sentiremos para siempre en nuestra verdadera casa. Es bueno recordarlo y celebrarlo en esta fiesta de la Ascensión del Señor.

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco