12 mayo, 2019

Carta del Párroco:

Es bueno recordar de vez en cuando, aunque de manera sencilla, los rasgos fundamentales del vivir humano. Nos puede ayudar a vivir de manera más lúcida y responsable.

Antes que nada, hemos de recordar que la vida es algo personal. Mi vida es tarea mía y sólo yo la puedo vivir. Nadie me puede sustituir. Si yo no amo, siempre faltará en el mundo ese amor. Si yo no creo, no gozo, no crezco.., faltará para siempre esa creatividad, ese gozo o ese crecimiento.

Esto significa también que no existe la vida en abstracto. Existimos los vivientes. Como tampoco existen en abstracto valores como el amor, la bondad, la justicia, sino encarnados en la vida concreta. Existe el amor cuando hay personas vivas que se quieren; existe la bondad cuando hay personas buenas; hay justicia cuando las personas viven de manera justa.

La vida es, además, algo irrepetible. Cada experiencia, cada gozo o sufrimiento que vivo en este preciso momento no volverá a repetirse. No sólo se vive una sola vez, sino que todo en la vida se vive sólo una vez. La experiencia siguiente podrá ser mejor o peor, pero nunca será ya lo vivido.

Por eso, cada instante de la vida encierra una continua novedad. Lo que se me ofrece en este momento no se me volverá a ofrecer así. Cada momento es nuevo y en cada decisión voy dando a mi vida una dirección u otra.

La vida es, por otra parte, algo inacabado. Una tarea siempre por hacer. La vida es expansión, desarrollo, despliegue. Lo más terrible que se puede decir de alguien es que está «acabado». Cuando esto sucede, la vida se termina.

Precisamente por eso, la verdadera vida consiste en irse construyendo a sí mismo. Como dice el famoso antropólogo Konrad Lorentz, ahí está la grandeza y también la debilidad del ser humano, en que «puede ir siempre más lejos, pero puede también caer siempre más bajo. Siempre se da la posibilidad constitutiva de superarse o de perderse». De ahí la importancia de mantener siempre el deseo de vivir creciendo.

Pero, ¿a dónde se dirige nuestra vida? ¿Dónde termina definitivamente? ¿Dónde alcanza su verdadero cumplimiento? Apoyados en Cristo resucitado, los cristianos creen que la vida no termina en la extinción biológica sino que está llamada a trascenderse. La vida es mucho más que esta vida que conocemos ahora. Hemos nacido para una «vida eterna» que alcanza su plenitud en Dios.

Sin duda, esta postura puede ser rechazada y hasta ridiculizada. Pero la vida sigue ahí con todo su misterio. Cada uno tendrá que preguntarse dónde ha descubierto una luz más luminosa, un camino más estimulante y una esperanza más liberadora para enfrentarse a la vida.

P. Fernando Sotelo Anaya.