2 junio, 2024

El sábado se hizo para el hombre.

La escena se desarrolla en sábado, día sagrado en el que está prohibido cualquier tipo de trabajo. Jesús coloca al paralítico en medio de la asamblea y plantea claramente el dilema: ¿Qué hacemos? ¿Observamos fielmente la ley y abandonamos a este hombre, o lo salvamos rompiendo la ley? ¿Qué es lo que hay que hacer: “salvar la vida a un hombre o dejarlo morir”?

Sorprendentemente, los presentes se callan. En el fondo de su corazón es más importante mantener lo que establece la ley que preocuparse de aquel pobre hombre. Jesús los mira dolido y con “mirada de ira”.

La ley es necesaria para la convivencia política o religiosa. Jesús no la desprecia, pero la ley ha de estar siempre al servicio de la persona y de la vida. Sería un error defender la ley por encima de todo, y propugnar el orden social, sin preguntarnos si realmente están al servicio de los necesitados.

El orden no basta. No es suficiente decir: “Ante todo, orden y respeto a la ley”, pues el orden establecido en un determinado momento en una sociedad, puede defender los intereses de los bien instalados y olvidar a los más desvalidos.

No se puede hacer pasar la ley y el orden por encima de las personas. Si una ordenación legal concreta no está al servicio de las personas y, en especial, de las más débiles y más necesitadas de ser protegidas, entonces la ley queda vacía de sentido.

La Iglesia debería ser testimonio claro de cómo las leyes han de estar siempre al servicio de las personas. No siempre ha sido así. A veces se han absolutizado algunas normas, considerándolas como provenientes de “un orden querido por Dios”, sin preguntarnos si realmente ayudan al bien de los creyentes y promueven vida. Más aún. El cristianismo ha sido practicado no pocas veces como “una carga suplementaria de prácticas y obligaciones que vienen a hacer más duro y gravoso el peso, de por sí tan pesado, de la vida social” (Teilhard de Chardin).

No es suficiente propugnar la disciplina de la Iglesia, si esa disciplina no ayuda, de hecho, a vivir con alegría y generosidad el evangelio. No es suficiente defender el orden y la seguridad del Estado, si ese Estado no ofrece, de hecho, seguridad alguna a los más débiles.

En medio de nosotros, hay gentes necesitadas. ¿Seguimos defendiendo el orden, la seguridad y la disciplina, o nos preocupamos de “salvar” realmente a las personas? Si nos callamos, deberíamos sentir sobre nosotros la mirada dura de Jesús.

P. Fernando Sotelo Anaya.