LA NECESIDAD DE UNA ORACIÓN SINCERA
Carta del Párroco:
Probablemente bastantes creyentes hemos vivido en nosotros mismos la triste experiencia del abandono de la oración, que describe P. Guilbert con conmovedora sinceridad en su libro: “La prière retrouvée.”
Casi sin darnos cuenta, hemos llenado nuestra vida de cosas, actividad y preocupaciones, vaciándonos interiormente de muchas maneras y evadiéndonos calladamente de Dios.
Siempre tenemos otra cosa más importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponerse a orar cuando uno tiene tantas cosas en que ocuparse? Y hemos terminado por “vivir bastante bien” sin necesidad alguna de orar. Tal vez, alguna nostalgia de vez en cuando, pero cada vez más apagada e ineficaz.
¿Es posible salir de esa mediocridad en que uno se ha ido instalando poco a poco a lo largo de los años? ¿Es posible experimentar en nuestra propia vida que son verdaderas las palabras de Jesús: “Busquen y hallarán, toquen y se les abrirá”?
Tal vez, lo primero que nos pide es decir interiormente un “sí” a Dios. Un “sí” pequeño, humilde, minúsculo, que aparentemente no cambia todavía en nada nuestra vida, pero que nos pone a la búsqueda de Dios.
Probablemente, la experiencia nos dice que lo hemos intentado muchas veces y que siempre hemos vuelto a nuestra mediocridad anterior.
De ahí la necesidad de una oración sincera: “No me puedo apoyar en mi fidelidad a Dios pues la experiencia me dice que no soy fiel. Señor, me abandono a tu fidelidad. Enséñame a orar”.
Una oración como ésta es siempre escuchada. Lo importante es ser sincero. No huir. Buscar a Dios más allá de métodos, libros, oraciones y frases. Repetir de manera sencilla esas oraciones que las gentes hacían a Jesús: “Señor, que vea”, “Señor, ten compasión de mí que soy pecador”, “Señor, creo, pero aumenta mi fe”.
Tal vez más de uno se diga a si mismo: Pero, ¿a qué conduce todo esto? ¿No es todo esto hablar en el vacío y engañarnos ingenuamente a nosotros mismos?
Ciertamente, no vemos a Dios ni oímos su voz ni sentimos sus manos. Simplemente le buscamos y nos abrimos a su presencia en una actitud semejante a la de Charles Foucauld: “Dios mío, si existes, enséñame a conocerte”.
Ese Dios no suprime nuestros sufrimientos ni resuelve nuestros problemas, pero “una cura de oración” nos puede ofrecer la paz y la luz que necesitamos para situar las cosas en sus verdaderas dimensiones y dar a nuestra vida su verdadero sentido.
Pero Dios no es una conquista sino un regalo. “Quien busca lo halla y al que llama se le abre”.
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco