8 marzo, 2020

Carta del Párroco:
Todo hombre corre el riesgo de «instalarse» en la vida, buscando el refugio cómodo que le permita vivir tranquilo, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra aspiración.

Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando en la vida de la manera más confortable.

Es el momento de buscar una atmosfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable. Un lugar para descansar. Un rincón para leer y oír buena música. Saborear unas verdaderas vacaciones. Asegurar unos fines de semana agradables…
Pero, con frecuencia, es entonces cuando uno descubre con más claridad que nunca, que la felicidad no coincide con el bienestar. Hay algo en esa vida que le deja a uno vacío e insatisfecho.

Ahí falta algo que no se puede comprar con dinero ni asegurar con una vida confortable. Falta sencillamente la alegría propia de quien sabe vibrar con los problemas y necesidades de los demás, sentirse solidario de los necesitados y vivir, de alguna manera, más cerca de los maltratados por la sociedad.

Pero, hay además un modo de «instalarse» que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro que nos acecha siempre a los creyentes: «Plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, cruzarnos de brazos en espera de que Dios realice la salvación del hombre, eludiendo nuestra propia responsabilidad individual y colectiva en la transformación de la sociedad y en el logro de una convivencia más humana.

Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro. No es una experiencia verdaderamente cristiana la que nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida, nos tranquiliza y nos aleja del compromiso y el servicio a los más necesitados.

El evangelio nos invitan a los cristianos a salir de nuestro conformismo individualista, romper con un estilo de vida egoísta en el que cada uno podemos estar confortablemente instalados, y comenzar a escuchar con más valentía la interpelación que nos llega desde los más desvalidos de nuestra sociedad.

Pbro.Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco