HACER SITIO A DIOS
Juan grita mucho. Lo hace porque ve al pueblo dormido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en él la fe en un Dios Salvador. Su grito se concentra en una llamada: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?
Búsqueda personal. Para muchos, Dios está hoy como oculto y encubierto por toda clase de prejuicios, dudas, malos recuerdos de la infancia o experiencias religiosas negativas. ¿Cómo descubrirlo? Lo importante no es pensar en la Iglesia, los curas, la misa o la moral sexual. Lo primero es abrir el corazón y buscar al Dios vivo que se nos revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por los que lo buscan.
Atención interior. Para abrirle un camino a Dios es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su interior es difícil que lo encuentre fuera. Dentro de nosotros encontraremos miedos, preguntas, deseos, vacío… No importa. Dios está ahí. Él nos ha creado con un corazón que no descansará si no es en él.
Con un corazón sincero. No ha de preocuparnos el pecado o la mediocridad. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El encuentro con Dios acontece cuando a uno le nace desde dentro esta oración: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador». Éste es el mejor camino para recuperar la paz y la alegría interior.
En actitud confiada. Es el miedo el que cierra a no pocos el camino hacia Dios. Tienen miedo a encontrarse con Él, sólo piensan en su juicio y sus posibles castigos. No terminan de creerse que Dios sólo es amor y que, incluso cuando juzga al ser humano, lo hace con amor infinito. Despertar la confianza total en este amor puede ser comenzar a vivir de una manera nueva y gozosa con Dios.
Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie y menos cuando se encuentra perdido. Lo importante es no perder el deseo humilde de Dios. Quien sigue confiando, quien de alguna manera desea creer es ya «creyente» ante ese Dios que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.
P. Fernando Sotelo Anaya.