ES POSIBLE
Como yo tuve compasión de ti.
La insistencia de Jesús en el perdón y la mutua comprensión no es propia de un idealista ingenuo sino de un espíritu lúcido y realista.
Nuestra convivencia diaria no sería posible si elimináramos la mutua tolerancia. Nadie puede pretender tratar sólo con personas perfectas. Hemos de aguantarnos mutuamente los defectos y saber perdonarnos si no queremos destruir nuestras relaciones.
Pero no es fácil perdonar. Vivimos tan encerrados cada uno en su propio yo y tan celosos de nuestra pequeña felicidad que perdonar de corazón y con generosidad se nos hace con frecuencia insoportable.
Más aún. Cuanto más querida nos es una persona, más profundamente nos hiere su ofensa y tanto más costoso nos puede resultar concederle nuestro perdón total.
Tal vez esto explique la particular dificultad que entraña el perdón al esposo o la esposa infiel.
¿Cómo perdonar cuando uno se siente engañado y traicionado por esa persona, la más querida, con la que hemos descubierto el amor, con la que hemos compartido y a la que hemos entregado nuestra intimidad?
¿Cómo seguir perdonando a quien, olvidando incluso a los hijos, nos abandona para seguir nuevas aventuras amorosas?
Y, sin embargo, el odio, el resentimiento, el desprecio al cónyuge infiel no conducen a nada constructivo. Nunca ayudan a liberarse de la amargura, la soledad, la depresión o el insomnio.
El que se cierra a conceder el perdón se castiga a sí mismo. Se hace daño aunque él no lo quiera. Decía Martín Lutero King que el odio es “como un cáncer secreto” que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de nuevo su vida.
Es difícil hablar desde fuera a una persona rota y herida en lo más íntimo de su ser. Uno no se siente con fuerzas para decirle que el perdón puede ser la verdadera salida.
Pero es así. También los días angustiosos y horribles pasan. La vida no termina ahí, en la traición, el abandono o el engaño del ser querido. Con un corazón noble aunque herido, siempre se puede mirar adelante.
Cuando la persona logra liberarse del odio, reconciliarse consigo misma y recuperar la paz, la vida puede comenzar de nuevo.
Y si la persona es creyente, en el interior mismo de su perdón al cónyuge infiel, puede intuir lo que, tal vez, nunca había descubierto: el perdón total, la ternura inmensa con la que Dios nos envuelve y sostiene día a día a todos.
P. Luis Fernando Sotelo Anaya