EL PADRE DEL CIELO
Cuando los cristianos rezan el Padrenuestro no olvidan que se dirigen a un Padre “que está en el cielo”. Un Padre cercano y atento a cada ser humano, pero que no debe ser confundido con un padre cualquiera. Lo advierte el mismo Jesús: “Uno sólo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt 23,9). ¿Qué significa exactamente orar a un Padre que “está en el cielo”?
En su elemental cosmología los hebreos concebían el mundo como dividido en tres regiones. Los cielos (samayin), donde habita Dios; la tierra (ha’ares), donde vivimos los humanos; lo que queda debajo de la tierra, el país poblado por las sombras de la muerte (scheol). Dentro de esta concepción, el cielo es para el hombre bíblico símbolo de la transcendencia de Dios que no puede ser encerrado en nuestro pequeño mundo. Así, dice el rey Salomón en la inauguración del Templo de Jerusalén: “¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo ni en lo más alto del cielo, cuánto menos en este templo que te he construido” (1 Re 8,27).
Por eso, invocar a un Padre “que está en el cielo” es recordar, antes de nada, que Dios no está ligado en ningún lugar sagrado, no permanece encerrado en ningún templo ni es propiedad de ninguna religión. En cualquier momento y desde cualquier lugar, de día y de noche, desde lo alto de una montaña, desde el banco de una iglesia o desde el lecho de un hospital se pueden elevar los ojos al cielo para invocarlo como Padre querido.
Por otra parte, rezar al Padre del cielo es orar al que es Dios de todos, sin exclusión ni discriminación alguna. El Padre de los que le invocan con fe y de quienes viven de espaldas a él. El Padre que espera al hijo pródigo que viene de lejos y al hijo mayor que, aun viviendo en casa, no sabe amar al hermano. El Dios bueno “que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45).
Todavía hay algo más. Como es sabido, Jesús tenía la costumbre de orar “elevando los ojos al cielo”, algo poco frecuente en su época, pues los judíos oraban dirigiendo su mirada hacia el Templo. Y cuando una mujer samaritana le pregunta dónde hay que adorar a Dios: si en el Templo judío de Jerusalén o en el samaritano del monte Garizim, Jesús le contesta: “Ni en este monte ni en Jerusalén… Llega la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4,21-23). En el templo o fuera de él, a Dios se le da culto verdadero cuando vivimos con espíritu de hijos escuchando con verdad su llamada a ser hermanos.
La oración del Padrenuestro ha sido recogida de forma diferente en Mateo y en Lucas. Sólo Mateo recuerda desde el inicio que la oración va dirigida al Padre del cielo. Han hecho bien los cristianos en seguir esa versión, pues nos sitúa mejor ante el Padre de todos, el que sólo sabe “dar cosas buenas a sus hijos”.
P. Fernando Sotelo Anaya.