4 agosto, 2019

Carta del Párroco:

Las recientes y abundantes investigaciones en torno a la motivación no hacen sino subrayar cada vez más su importancia. No basta que el individuo posea una personalidad brillante o unas cualidades admirables. Sólo la persona bien motivada llegará más lejos y crecerá de manera creativa.

Todos actuamos en la vida «motivados» de alguna manera por unos objetivos o una meta. A veces son motivaciones claras, bien conocidas por nosotros. Otras, pueden estar más ocultas y permanecer incluso como enmascaradas. A veces son convicciones enraizadas en lo más hondo de nuestro ser. Otras, son más bien «motivaciones prestadas» que nos llevan actuar gregariamente imitando a otros.

Por todo ello, es importante hacerse en algún momento preguntas como éstas: «¿por qué hago esto?», «¿por qué vivo así?», «¿para qué vivo de esta manera?», «¿qué busco con todo esto?». La motivación que se esconde tras estas preguntas es la que, de hecho, nos va ir configurando a lo largo de los años.

Una motivación sana mantiene viva a la persona, la hace crecer, alimenta su creatividad. Por otra parte, estar motivado significa vivir esperanzado. Lo primero que deteriora la depresión es la motivación. Desmotivado no se puede vivir con ilusión; la persona cae en la tristeza, el aburrimiento y la oscuridad.

También en la vivencia de la fe religiosa es importante la motivación. Cuando se vive con «motivaciones prestadas» porque falta una experiencia personal de Dios o sólo se conoce su amor «de oídas», es fácil que la religión se convierta en un comportamiento externo que se vive sin ilusión alguna y que fácilmente puede apagarse cualquier día.

La parábola del «rico insensato» describe la vida de un hombre motivados sólo por un objetivo: ganar y enriquecerse; y, a partir de esto, «comer, beber y darse buena vida». ¿No es esta la motivación secreta de muchas vidas, privadas de cualquier ideal más noble? Vidas gastadas en ganar dinero, ajenas totalmente al Dios del amor. Jesús las considera vidas «necias».

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco