17 marzo, 2019
Carta del Párroco:

 

Se ha dicho que los hombres y mujeres de hoy, sumidos en una civilización inmisericorde donde mandan el dinero, el mercado, la competitividad, el fracaso de los débiles y el triunfo de los fuertes, corremos el riesgo de olvidar qué significa ser «humano». Cada vez nos parece más normal vivir para ganar, poseer y triunfar. ¿Quién va a pensar en crecer como persona y ser cada día mejor en una cultura donde parece prohibida la piedad, el perdón o cualquier signo de debilidad por el que sufre?

Estremece escuchar a ensayistas lúcidos como Jean Onimus cuando nos hacen ver cómo está emergiendo una sociedad mecanizada y sin espíritu que, arruinada por la sed alocada de consumo y esclavizada por su propia técnica, «hace callar a los poetas… transforma la música en estrépito, la danza en gimnasia deportiva, y el amor en proezas fisiológicas».

Está emergiendo entre nosotros un hombre inteligente, hábil, organizado, pero sin corazón, sin conciencia y sin profundidad. Un hombre sin inquietud espiritual y sin preguntas. El «hombre ideal» para una sociedad perfectamente organizada y programada donde el principal objetivo es que la vida «funcione».

Sería, sin embargo, un error quedarnos en visiones catastrofistas. Es fácil apreciar ahora mismo el deseo creciente por encontrar una luz nueva. ¿Dónde hay un sentido, un ideal capaz de iluminar el horizonte? ¿Dónde podemos encontrar una utopía que nos mantenga en pie? ¿Quién puede hacer a este hombre más humano? ¿Quién puede despertar de nuevo la esperanza?.

Las Iglesias no parecen responder a lo que espera y necesita el hombre moderno. Sus doctrinas se convierten con frecuencia en abstracciones que apenas interesan a nadie. Sus esquemas mentales, sus costumbres y tradiciones pertenecen al pasado. Su palabra parece haberse secado. También ellas necesitan que alguien despierte su espíritu.

Hoy más que nunca hemos de orientar nuestro corazón hacia Cristo. Él es el único que puede decirnos algo nuevo y diferente. El relato evangélico nos recuerda la invitación divina: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle. »

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco