2 julio, 2020

“La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no pasa y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan. Nuestros conciudadanos continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas”.

La peste, de Albert Camus

La vida moderna, con su individualismo y complejidad, con nuestros deseos personales y nuestra red infinita de relaciones, ya giraba en torno a la paradoja de la separación y la solidaridad. La enfermedad trae la paradoja a casa. ¿Podemos cuidar de nosotros cuidando de los demás? Muchos de nosotros sobreviviremos. Como lamentaremos y cómo celebraremos después dependerá de lo que hagamos en los próximos meses. Si demostramos gran solidaridad en tiempos de separación extrema, no sólo seremos supervivientes, sino, uno puede esperar, contribuyentes a una política más amable que la que soportamos ahora.

Siendo optimistas, espero que aprendamos de esta crisis. Tal vez nuestros políticos dejarán de pelearse y empezarán a cantar desde los balcones. Tal vez aprenderemos a valorar adecuadamente a los trabajadores clave: los que ponen la comida en las estanterías, los que cuidan por los mayores y los enfermos. Ese es el tipo de lección que Europa aprendió en 1945, después de una crisis mayor que esta. Pero sospecho que no somos tan sabios como nuestros abuelos. Contaremos los muertos y lamentaremos la devastación de nuestras economías. Pero regresaremos a la austeridad, a la desigualdad de ingresos y al eterno resentimiento respecto a nuestros vecinos. Igual que antes.

En primer vistazo, al ver la importancia de la Red y sus subredes sociales y diferentes canales de información, saldrán reforzadas las bondades de la conectividad telemática entre las personas, en detrimento de los hasta ahora posibles perjuicios ocasionados por la globalización. Los apocalípticos de la tecnología global no tendrán en este caso muchos argumentos.

Por otra parte, supongo que aparecerá durante un tiempo el miedo al viaje de ocio, y que se reforzarán los lazos comunitarios tanto entre los barrios de las diferentes ciudades como en la macroescala mundial. Si nos quedásemos sólo en la idea del refuerzo de lo local y perdiéramos la conciencia universalista que nos ha caracterizado, sería un error, una pérdida de las ideas que heredamos de la Ilustración. México tiene aquí quizá su última oportunidad para revalidarse como imaginario de cohesión de sus diferentes ideas. Esperemos que no lo desaprovechemos.

Algunas epidemias han tenido consecuencias decisivas para la historia humana. La mayoría de los estudiosos creen que las plagas del siglo segundo y tercero fueron la principal causa del declive de la civilización romana. Más de mil años después, la gran plaga del siglo XIV marcó, para gran parte de Europa occidental, el abandono definitivo del feudalismo, a diferencia de Europa oriental: pequeñas diferencias, un desarrollo ligeramente mayor de las ciudades del Oeste, llevaron a una clara divergencia en términos de desarrollo.

¿Hoy en día? Es difícil hacer predicciones. Pero quizás algo esta crisis ya nos está enseñando. Hay cosas más importantes que la economía. En todo el mundo, quienes argumentaron que el sistema económico no debería detenerse tuvieron que retroceder. De este modo, se puede afirmar un principio que marcaría un punto de inflexión en comparación con las últimas décadas: podemos poner el sistema económico al servicio de los derechos humanos fundamentales, como la salud de los ciudadanos o la educación, al servicio del medio ambiente; en lugar de dejar que sea al revés.

La pregunta que nos debieramos hacer: ¿qué echamos de menos desde que estamos confinados? Echamos de menos la libertad de movimiento. Pero ¿para hacer qué? Detengámonos a pensar si todo lo que hacíamos rutinariamente, por convicción, porque había que hacerlo, merecía la pena. Estamos descubriendo el valor del conocimiento científico, el de un sistema sanitario público sólido y bien dotado de recursos, el de una auténtica política que nos lleve a cooperar y no a pelearnos. Descubrimos que el teletrabajo puede ser muy eficiente, que leer o escuchar música es una opción nada desechable. Cambiar de prioridades es posible. Sólo hay que querer hacerlo.

Al final, con toda la prudencia y humildad, creo que habrá pocos cambios, me temo, porque el futuro se prepara cultivando el presente y las actitudes en plena crisis siguen siendo las mismas. El personal sanitario se desvive por salvar vidas, la ciudadanía cuida de sí misma y de los suyos, hay admirables muestras de solidaridad y repulsivos ejemplos de bajeza. Por su parte, los políticos continúan buscando votos, y los pobres y los inmigrantes siguen sin existir, no digamos ya las gentes más desfavorecidas.

El presente no augura un futuro mucho mejor. Y, sin embargo, deberíamos estar aprendiendo de esta experiencia, inédita para muchos de nosotros, que la vulnerabilidad y la fragilidad nos constituyen, personal y socialmente, que somos radicalmente interdependientes. Como bien decían los viejos anarquistas, en la lucha por la vida no sobreviven los más fuertes, las supremacias, los que provocan el conflicto y la polarización, sino los que refuerzan ese valor sagrado que es el apoyo mutuo.

Se impone pensar en clave global, incluso para cuestiones o problemas menores y localizados. Pero la epidemia puede suponer un peso sobre globalización en sí misma, no necesariamente para ponerle fin, o reducirla, sino para transformarla, y tal vez en particular para incitar a diversos actores políticos a dejar de aceptar su faceta neoliberal.

Es de esperar que habrá más peso para la razón, seriamente perjudicada por las fake news y la posverdad: ¿Quién, al margen de las sectas religiosas, rechazaría la perspectiva de una vacuna contra los virus de la familia del Codiv 19? Por otra parte, la irrupción de lo imprevisto, con sus enormes consecuencias, es un fenómeno histórico que nos recuerda que las grandes rupturas son aún posibles: el futuro existe, no podemos seguir viviendo solo en el presente, no podemos abandonarnos al presentismo”.

La primera reacción es, como se dice coloquialmente en inglés: “What the Hell is this…”. ( Que diablos es esto) Hay una especie de transversalidad que entra en juego con este virus global, marcado por una invisibilidad que no nos es familiar. Los que viajan muchos se sienten cómodos más o menos en cualquier región del mundo. Pero esto es diferente: una mezcla de invisibilidad que logra paralizar ciudad tras ciudad, nunca mostrando su cara. El desafío es que este “invasor” por así decirlo, navega en nuestro planeta de una manera que no nos es familiar y esto es difícil de manejar para nosotros. Todo lo que quiere es una pequeña extracción de nuestros pulmones, solo un poco

Me abstendré de aventurar profecías. Creo que, efectivamente, habrá un antes y un después económico, social y eclesial de la actual pandemia si esta se prolonga en el tiempo. Mi gran temor es que si dura mucho se rompa el pacto social y afloren comportamientos dictados por el afán crudo de supervivencia. Espero que no lleguemos a tales extremos. No descarto que la catástrofe le arree una sacudida brutal al canon cultural. Ahora mismo ya se percibe la poca importancia que empieza a tener lo que ayer todavía nos deslumbraba.

La pandemia tendrá sus ganadores, ya que todo fenómeno colectivo está asociado con la posibilidad de hacer negocio, sea este sucio o limpio. Enterrados los muertos, neutralizado el virus, el olvido empezará sin demora su implacable tarea y es posible que durante un tiempo cobre auge el género de la comedia.

Depende de cuánto dure la pandemia. Si se consiguen una vacuna y una cura en los próximos meses es probable que en pocos años ya no haya mayores transformaciones en nuestras vidas como resultado de esta crisis. Pero un cambio que va a perdurar es el número de personas que trabajan desde sus hogares. Muchos de estos arreglos laborales, que ahora son transitorios, se harán permanentes y, a su vez, motivarán ajustes en las estructuras de las organizaciones y su manera de trabajar.

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya