20 agosto, 2023

Nos hemos acostumbrado a dirigir nuestras peticiones a Dios de manera tan superficial e interesada que probablemente hemos de aprender de nuevo el sentido y la grandeza de la súplica cristiana. L. Boros señala algunas dificultades que hacen casi imposible la súplica y contra las que tenemos que luchar decididamente.

A algunos les parece indigno rebajarse a pedir nada. El hombre es responsable de sí mismo y de su historia. Pero, aun siendo esto verdad, también lo es el que los hombres vivimos de la gracia. Y reconocerlo significa enraizamos en nuestra propia verdad.

Para otros, Dios es algo demasiado irreal. Un ser diferente y lejano que no se preocupa del mundo. Por un lado, estamos los hombres sumergidos en «el laberinto de las cosas terrenas» y, por otro, Dios en su mundo eterno. Y, sin embargo, orar a Dios es descubrir que está incondicionalmente de nuestro lado contra el mal que nos amenaza. Suplicar es invocar a Dios como gracia, liberación, alegría de vivir.

Pero es entonces precisamente cuando Dios aparece demasiado débil e impotente, pues ya no actúa ni interviene. Y es cierto que Dios no lo puede todo. Ha creado el mundo y lo respeta tal como es, sin entrar en conflicto con él. Su amor al hombre está de hecho limitado hoy por la imperfección del mundo y por nuestra libertad.

Pero los acontecimientos del mundo y nuestra propia vida no son algo cerrado. Y la súplica es ya fecunda en sí misma porque nos abre a ese Dios que está trabajando nuestra salvación definitiva por encima de todo mal. Si nosotros oramos a Dios no es para lograr que nos ame más y se preocupe con más atención de nosotros. Dios no puede amamos más de lo que nos ama. Somos nosotros los que, al orar, nos dejamos transformar por su gracia, descubrimos la vida desde el horizonte de Dios y nos abrimos a su voluntad salvadora. No es Dios el que tiene que cambiar, sino nosotros.

La humilde mujer cananea, arrodillada con fe a los pies de Jesús, puede ser una llamada y una invitación a recuperar el sentido de la súplica confiada al Señor.

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco