16 abril, 2023

Nadie sabe cómo ocurrió. Los primeros discípulos sólo nos dicen que, a partir de su resurrección, las cosas no volvieron a ser como antes. Experimentaban a Jesús de otra manera. Su presencia no era como en Galilea, pero era igualmente real y transformadora. Su vida también se transformó. En adelante vivirían de su Espíritu.

Lo primero que el resucitado les transmitía era una paz nueva e inconfundible. Una paz que curó su miedo y lo transformó en alegría. Tal vez, es lo primero que necesitamos en la Iglesia. Una paz que nos libere de los miedos que nos paralizan. Una paz que no la vamos a encontrar buscando poder y seguridad sino acogiendo el Espíritu de Jesús.

El resucitado los sacó, además, de su actitud cobarde, su desencanto y desesperanza. Sus seguidores no podían permanecer recluidos en su «cenáculo» a la defensiva de sus posibles adversarios. Ni entonces ni hoy. Una Iglesia encerrada en sus propios problemas, sin otro horizonte que los posibles riesgos y peligros, no es una Iglesia impulsada por el Espíritu de Jesús.

El resucitado los arrancó del pasado y los puso mirando al futuro. No había que seguir «soñando» en Galilea. Era el momento de introducir una esperanza nueva en el mundo y de encender en los corazones el fuego que Jesús quería ver ardiendo. No se puede acoger el Espíritu del resucitado con la mirada puesta en el pasado. El evangelio de Jesús nos pone siempre mirando al futuro.

El resucitado movilizó a los primeros creyentes y los puso en marcha hacia la misión evangelizadora. Con el resucitado presente en medio de la comunidad no es posible la pasividad, la rutina tranquila, la comodidad de la inercia. Donde está vivo el Espíritu del resucitado se despierta la creatividad y se abren caminos siempre nuevos de evangelización.

Comunidades cristianas faltas de alegría, excesivamente replegadas sobre sí mismas, con las «puertas cerradas» y sin apenas horizonte, ¿no necesitamos, antes que nada, el aliento, la alegría y la paz del resucitado? ¿No será esto lo primero que hemos de cuidar?

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco