19 marzo, 2023

Probablemente tienen razón quienes sugieren que el hombre de hoy huye de Dios porque anda huyendo de sí mismo. En el fondo, no es posible entrar en contacto con Dios sin entrar en contacto consigo mismo. Lo decía hace mucho tiempo san Cipriano de Cartago: «¿Cómo puedes pretender que Dios te escuche, si no te escuchas a ti mismo? Quieres que Dios piense en ti, cuando tú mismo no piensas en ti mismo.»

La comunicación con Dios y los actos religiosos en general se convierten en una «piadosa evasión» si la persona no se encuentra consigo misma y no descubre cuáles son las necesidades más hondas y la nostalgia más íntima y secreta del corazón humano.

Encontrarse con uno mismo no significa andar dando vueltas continuamente a los propios problemas o analizar una y otra vez el estado de ánimo. Se trata, sobre todo, de llegar hasta mi núcleo personal y adentrarme en mi verdadera identidad.

El benedictino alemán Anselmo Grün, buen conocedor de la espiritualidad cristiana y de la psicología contemporánea, sugiere en su reciente libro «La oración como encuentro» un método sencillo y práctico. Consiste esencialmente en preguntarse a menudo: ¿Quién soy yo?

Cuando uno se hace despacio esa pregunta, comienza a recibir espontáneamente respuestas e imágenes. Pero no hay que precipitarse. Ese no soy yo. Yo no soy ése que mis amigos creen que soy; no soy lo que se dice de mí; no soy el que yo creo ser. Yo no me identifico con el papel que represento ante los demás. No soy ese «disfraz» que me pongo incluso ante mí mismo.

No es nada difícil descubrir que uno actúa de una manera en el trabajo y de forma muy distinta en casa. Que se comporta de un modo con los amigos y de otro con los extraños. Que de mí pueden nacer los sentimientos más nobles, pero también los más peligrosos. ¿Quién soy yo realmente?

Soy diferente de los demás. Llevo una trayectoria en mi vida, pero soy algo más que el resultado de mi pequeña historia. Mi ser más hondo no se identifica con mis pensamientos ni sentimientos. Yo soy un misterio que me desborda. ¿De dónde vengo? ¿Qué ando buscando? ¿Dónde encontraré mi paz?

Desde este tipo de preguntas comienza la persona a dejarse iluminar por Dios. Es él quien de verdad nos conoce, nos llama por nuestro nombre propio y nos invita a creer. El relato de la curación del ciego termina con estas significativas palabras de Jesús: «He venido a este mundo para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos.»

Fraternalmente

Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco


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