26 febrero, 2023

Es lamentable ver con qué facilidad nos dejamos arrastrar por costumbres y modos de vivir que se implantan poco a poco en nuestra sociedad, vaciando de su verdadero contenido las experiencias más nobles y gozosas del ser humano.

Pensemos, por ejemplo, en lo que ha venido en llamarse la cultura del «tírese después de usado», que tiende a imponer entre nosotros todo un estilo de vida. Una vez de usar un producto, hay que buscar rápidamente otro nuevo que lo sustituya.

Esta cultura puede estar configurando nuestra manera de vivir las relaciones interpersonales. De alguna manera, se introduce la tentación de «usar» a las personas para desecharlas cuando ya no interesan.

Lo podemos constatar diariamente: amistades que se hacen y deshacen según la utilidad; amores que duran lo que dura el interés y la atracción física; esposas y esposos abandonados para ser sustituidos por una relación más excitante.

No siempre somos conscientes de cómo podemos estropear nuestra vida cuando damos culto a modas y estilos de vivir que terminan por deshumanizarnos.

Es una equivocación vivir esclavos del dinero, del éxito profesional, del prestigio social o de cualquier otro ídolo, sacrificándoles todo: el descanso, la amistad, la familia, la vida entera.

Cuántas personas, al pasar los años, lo constatan secretamente en su interior. Ganan cada vez más dinero, tienen prestigio, han logrado lo que perseguían, pero se sienten cada vez más solas y frustradas.

Su vida se ha llenado de cosas, pero ha quedado vacía de amistades verdaderas. Saben competir y luchar, pero no saben dar ni recibir amor. Dominan las situaciones más difíciles, pero no aciertan a crecer como personas.

La advertencia de Jesús siempre será de actualidad: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

No basta alimentar la vida de dinero, prestigio, poder o sexo. Lo sepa o no, el hombre necesita amar y ser amado, perdonar y ser perdonado, acoger y ser acogido.

No le basta al ser humano escucharse a sí mismo y alimentar egocéntricamente sus propios intereses. Necesita abrirse a Dios y escuchar las exigencias y las promesas del amor.

La conversión no es una práctica ya en desuso que hay que recordar en tiempos de cuaresma. Es la orientación nueva de toda nuestra vida, el cambio de rumbo que necesitamos para vivir de manera más sana sin estropear todavía más nuestra persona.

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco


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