14 agosto, 2022

La proliferación de sectas en el momento actual no es fruto de la casualidad. Los movimientos sectarios encuentran un clima propicio en una sociedad minada por el materialismo y el vacío espiritual, donde no es fácil encontrar respuesta a las grandes preguntas y aspiraciones del ser humano.

El desamparo y la crisis existencial invitan a muchas personas a buscar una evasión que las alivie de las presiones de la vida y una seguridad interior que les ayude a soportar las tensiones inevitables.

Los expertos suelen señalar, sobre todo, tres fenómenos psicosociales que constituyen terreno abonado para el surgimiento de las sectas: la angustia, la frustración y la pérdida de identidad.

En primer lugar, la angustia, creada sobre todo por el rápido y convulsivo cambio de la sociedad y por la inestabilidad y la crisis de importantes instituciones como la Iglesia, la familia o la escuela, que configuraban en otros tiempos la personalidad de los individuos.

En segundo lugar, la frustración socio-cultural, que se hace sentir más en algunos colectivos como los jóvenes o las mujeres, y que despierta en no pocos el deseo de estructurar su vida de un modo absolutamente diferente.

En tercer lugar, el sentimiento de pérdida de identidad y la frialdad de las relaciones funcionales, que llevan a bastantes a buscar el calor de un hogar en el interior de un nuevo grupo afectivo.

Si las sectas resultan hoy tan atractivas es porque parecen aportar la respuesta que el hombre actual necesita.

La secta ofrece, en primer lugar, seguridad frente al desconcierto reinante. El que entra en la secta está salvado. Todo es simple y claro. Todo el mal está fuera del ámbito de la secta. Para los miembros del grupo sectario, por el contrario, todo es luz y salvación.

La secta ofrece también una respuesta al sentimiento de frustración. El nuevo miembro es acogido como “alguien importante“. Se le va a ofrecer la verdadera revelación a la que otros no tienen acceso. Puede, incluso, convertirse en «salvador» de los demás.

La secta recupera, además, al individuo del anonimato. Rápidamente será seducido, al menos en la primera fase, por el afecto cálido y la relación amorosa dentro del grupo.

La frustración viene más tarde. Cuando el individuo se siente esclavo de una organización fanática e intransigente que desestructura su personalidad y pervierte su crecimiento humano.

Según los expertos, las sectas representan en la sociedad moderna una oleada de «rebajas religiosas» que empobrecen la trascendencia de Dios y ponen la experiencia religiosa a disposición del hombre de hoy bajo diversos métodos y climas emocionales.

En medio de este clima, el cristianismo no debe olvidar que Jesús no vino a «traer paz al mundo», sino a «prender fuego». La auténtica experiencia religiosa puede aportar paz espiritual y equilibrio emocional, pero el evangelio no es una noticia tranquilizante y menos una droga. Es inútil «descafeinar» la religión. Lo importante no es «disponer» de Dios a nuestro antojo, sino responder fielmente a su Misterio.
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco