20 junio, 2022

No es siempre fácil poner nombre a ese malestar profundo y persistente que podemos sentir en algún momento de la vida. Así me lo han confesado en más de una ocasión personas que, por otra parte, buscaban «algo diferente», una luz nueva, tal vez una experiencia capaz de dar un color nuevo a su vivir diario.

Lo podemos llamar «vacío interior», insatisfacción, incapacidad de encontrar algo sólido que llene el deseo de vivir intensamente. Tal vez sería mejor llamarlo «aburrimiento», cansancio de vivir siempre lo mismo, sensación de no acertar con en el secreto de la vida: nos estamos equivocando en algo esencial y no sabemos exactamente en qué.

A veces la crisis adquiere un tono religioso. ¿Podemos hablar de «pérdida de fe»? No sabemos ya en qué creer, nada logra iluminarnos por dentro, hemos abandonado la religión ingenua de otros tiempos pero no la hemos sustituido por nada mejor. Puede crecer entonces en nosotros una sensación extraña de culpabilidad: nos hemos quedado sin clave alguna para orientar nuestra vida. ¿Qué podemos hacer?

Lo primero es no ceder a la tristeza ni a la crispación: todo nos está llamando a vivir. Dentro de ese malestar tan persistente hay algo de importancia suma: nuestro deseo de vivir algo más grande y menos postizo, algo más digno y menos artificial. Lo que necesitamos es reorientar nuestra vida. No se trata de corregir un aspecto concreto de nuestra persona. Eso vendrá tal vez después. Ahora lo importante es ir a lo esencial, encontrar una fuente de vida y de salvación.

Es una suerte entonces encontrarse con la persona de Jesús de Nazaret. Él nos puede ayudar a conocernos mejor, a ser nosotros mismos, a descubrir con más hondura lo mejor que hay en nosotros. Él nos puede conducir a lo esencial, pues nos obliga a hacernos las preguntas que nos acercan a lo importante de la existencia.

Él aporta un horizonte diferente a nuestra vida. En él escuchamos una llamada a vivir la existencia desde su última raíz, que es un Dios «amigo de la vida». Él nos invita a reorientarlo todo hacia una vida más digna, dichosa y abundante, una vida eterna. Por eso es tan importante en cualquier momento de la vida responder sinceramente a esa pregunta de Jesús: «Quién decen que soy yo?» ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué podría aportar a mi vida?

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco.