Carta del Párroco:
No es frecuente escuchar a alguien defender el derecho del hombre a la verdad. Uno se pregunta por qué no se escuchan en nuestra sociedad gritos de protesta contra la mentira, al menos, con la misma fuerza con que se grita contra la injusticia.
¿Será que no somos conscientes de la mentira que nos envuelve por todas partes? ¿Será que cuando exigimos justicia nos sentimos solo víctimas y nunca opresores? ¿Será que para gritar contra la mentira, la hipocresía y el engaño, es necesario vivir con un mínimo de sinceridad personal?
La mentira es hoy uno de los presupuestos más firmes de nuestra convivencia social. El mentir es aceptado como algo necesario tanto en el complejo mundo del quehacer político y la información social como en «la pequeña comedia» de nuestras relaciones personales de cada día.
El hombre contemporáneo se ve obligado a pensar, decidir y actuar envuelto en una densa niebla de mentira y falsedad. Indefenso ante un cerco de engaños, falacias y embustes del que es difícil liberarse. ¿Cómo saber la «verdad» que se oculta tras las decisiones políticas de los diversos partidos? ¿Cómo descubrir los verdaderos intereses que se encierran tras campañas y acciones que se nos pide defender o rechazar? ¿Cómo actuar con lucidez en medio de la información deformada, parcial e interesada que diariamente nos vemos obligados a consumir?
Se dirá que la mentira es necesaria para actuar con eficacia en la construcción de una sociedad más libre y más justa. Pero, realmente, ¿hay alguien que pueda garantizar que estamos haciendo un mundo más humano cuando desde los centros de poder se oculta la verdad, cuando entre nosotros se utiliza la calumnia para destruir al adversario, cuando se obliga a las masas sencillas a que sean protagonistas de su historia desde una situación de engaño y de ignorancia?
En el fondo de todo hombre hay una búsqueda de verdad y difícilmente se construirá nada verdaderamente humano sobre la mentira y la falsedad. En el mensaje de Jesús hay una invitación a vivir en la verdad ante Dios, ante uno mismo y ante los demás. «Yo he venido para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Juan 18, 37). No es absurdo que se vuelvan a escuchar en nuestra sociedad aquellas palabras inolvidables de Jesús, que son un reto y una promesa para todo hombre que busca sinceramente una sociedad más humana: «La verdad os hará libres» (Juan 8, 32).
P. Fernando Sotelo Anaya.