24 octubre, 2021

Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida persona y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído. La relación de Jesús con sus discípulos, su humanidad que se nos revela en el misterio de la encamación, en su Evangelio y en su Pascua nos hacen ver hasta qué punto Dios ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros deseos y nuestras angustias. Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su necesidad de redención no le es ajena y nos convoca también a sentimos parte activa de esta misión: «Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren».

Este domingo 24 de octubre celebramos la Jornada Mundial de las Misiones. Una gran oportunidad, sin duda, para fortalecer nuestro compromiso misionero que nace de la vida bautismal, del encuentro con Jesucristo Vivo.

El Papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año invita a toda la Iglesia a llevar el Evangelio a todos: “No podemos dejar de hablar de lo hemos visto y oído” (Hch 4,20), es una invitación a cada uno de nosotros a “hacernos cargo” y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia: «Ella existe para evangelizar» Nuestra vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica exige una creciente apertura capaz de llegar Y abrazar a todos. Los primeros cristianos, lejos de ser seducidos para recluirse en una élite, fueron atraídos por el Señor y por la vida nueva que ofrecía para ir entre las gentes y testimoniar lo que habían visto y oído: el Reino de Dios está cerca. Lo hicieron con la generosidad, la gratitud y la nobleza propias de aquellos que siembran sabiendo que otros comerán el fruto de su entrega y sacrificio. Por eso me. Gusta pensar que «aún los más débiles, limitados y heridos pueden ser misioneros a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas fragilidades»

En la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra cada año el tercer domingo de octubre, recordamos agradecidamente a todas esas personas que, con su testimonio de vida, nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos y alegres del Evangelio. Recordamos especialmente a quienes fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el Evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y ciudades donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición.

Contemplar su testimonio misionero nos anima a ser valientes y a pedir con insistencia «al dueño que envíe trabajadores para su cosecha» (Le 10,2), porque somos conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos. Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión.

Y es un llamado que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial. Siempre, pero especialmente en estos tiempos de pandemia es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, de llegar a aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de “mi mundo de intereses“, aunque estén cerca nuestro. Vivir la misión es aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana. Que su amor de compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros.

Intensifiquemos nuestro compromiso misionero: que la oración y nuestra aportación económica del DOMUND contribuya a la promoción de las misiones en la Iglesia.

Que María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de ser sal y luz en nuestras tierras.
P. Fernando Sotelo Anaya