Carta del Párroco:
Se ha dicho que «el problema pastoral más urgente de nuestro tiempo es cómo enseñar a orar a nuestro pueblo» (T. Dicken). Es cierto que si el corazón no se abre a Dios, ninguna pedagogía nos podrá enseñar a orar, pero también es verdad que el creyente necesita normalmente una orientación que le ayude a caminar al encuentro con Dios. Sin embargo, bastantes personas que desean hoy aprender a orar no saben dónde hacerlo.
En bastantes parroquias se trabaja mucho en los diversos campos de la acción pastoral, pero, por lo general, es muy poco e insuficiente lo que se hace para enseñar a los creyentes a orar. Incluso, los mismos que colaboran en ese trabajo pastoral lo hacen, a veces, privados de verdadero alimento para su vida interior.
De esa manera, desbordados por la actividad y cogidos en la rueda de los compromisos, reuniones y tareas diversas, corren el riesgo de convertirse poco a poco en funcionarios más que en testigos de una fe viva.
Es cierto que las personas más inquietas se dirigen a monasterios, comunidades religiosas y lugares de oración para buscar el encuentro con Dios, pero mucha gente sencilla que no puede dar esos pasos se encuentra desasistida para aprender a orar de manera más profunda.
Por desgracia, nos faltan hoy en occidente maestros de oración que puedan acompañar espiritualmente a las personas en sus tanteos, momentos de oscuridad o falsos entusiasmos.
Pero están brotando entre nosotros grupos orantes, «talleres de oración» y corrientes de espiritualidad que pueden ser hoy para muchos, verdaderas escuelas de oración.
Grupos que crean clima de oración, despiertan el deseo de Dios, enseñan a hacer silencio para escuchar su Palabra, ofrecen sugerencias para crecer en capacidad de interiorización, estimulan y sostienen la oración personal de cada uno.
Las parroquias deberían hoy acogerlos y promoverlos con verdadero interés, evitando abusos y desviaciones, siempre posibles en este tipo de experiencias. Escuchemos las palabras de un maestro espiritual de nuestro días: «Estoy convencido de que si, después de veinte siglos, al inmenso esfuerzo de predicación, enseñanza y catequesis, se añadiera un esfuerzo no menos intenso de iniciación a la oración interior, el rostro del mundo sería diferente.» En las comunidades cristianas hemos de seguir más de cerca el ejemplo de Jesús que, según el evangelista Lucas, se dedicaba a «explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse».
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco