Carta del Párroco

No son pocos los observadores que han hecho notar la ausencia de perdón en la sociedad moderna. Apenas se toma iniciativa alguna de perdón en el ámbito político, laboral o socio-económico y la experiencia de reconciliación es cada vez más rara en nuestra convivencia.
Y, sin embargo, la ausencia de perdón no es ningún signo de madurez y progreso en una sociedad. Los hombres necesitamos continuamente pedir perdón y perdonar. El perdón pertenece a la construcción misma de la convivencia humana.
Este año conmemoramos el cincuenta aniversario de la guerra civil española y con este motivo recordaremos de manera más viva que nuestra historia reciente es una historia de violencia y de muerte.
Sin duda, el aniversario será ocasión para rememorar hechos y recordar nombres de tantos seres queridos muertos en la contienda y borrados o manchados injustamente en esa historia escrita por los vencedores.
¿Será un recuerdo reconciliador o una operación dirigida a reactivar sentimientos de venganza y dar vida de nuevo a antagonismos y enfrentamientos difíciles de olvidar?
La actitud cristiana del perdón no consiste en trivializar la historia y olvidar ingenuamente las injusticias pasadas. Al contrario, el que perdona recuerda todo el horror del pasado pero lo hace para adoptar una postura innovadora y creadora hacia el futuro.
El que perdona recuerda para no repetir. Busca un futuro distinto del que nos viene impuesto por la violencia pasada. Trata de establecer otra relación nueva con los adversarios y antagonistas a quienes perdona.
El que perdona trata de romper esa lógica de la violencia que tiende a repetirse sin fin. El “ojo por ojo y diente por diente” no es innovador, nos introduce en la “lógica repetitiva de la violencia”, acumula inevitablemente mal, sufrimiento e injusticia.
Naturalmente, el que perdona sabe que asume un riesgo al renunciar a la fuerza o la venganza. Pero sabe que, sin ese riesgo, la historia no tiene futuro y la violencia se repetirá una y otra vez para mal de todos.
El pueblo sabe lo qué es sufrir en su propia carne esta violencia repetitiva y sin futuro: violencia y represión, terrorismo y antiterrorismo, muertos de un signo y de otro. Recordar heridas pasadas puede servir para potenciar la dinámica de esta violencia, pero puede ser también ocasión para escuchar la invitación al perdón de Aquel que no quiso “echar piedras” sobre nadie.
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco