Carta del Párroco

La mayoría de las personas sigue creyendo que Dios existe; lo confirman todas las estadísticas. Sin embargo, los mismos sondeos aseguran que muchos de ellos ya no mantienen ninguna relación con él. Es como si Dios no existiera para ellos. Su fe está muerta; no conocen el calor, el estímulo y la confianza que genera una fe viva.
Ésta situación se asemeja a la del hijo menor de la conocida parábola de Jesús, que se marcha del hogar para organizarse la vida lejos de su padre. Evidentemente, también este hijo sabe que su padre existe, pero él lo trata como si hubiera muerto. Por eso pide la parte que le corresponde de la herencia y lo olvida del todo. La parábola describe con detalle el proceso de este hijo al comprobar que no se cumplen sus expectativas de mayor bienestar.
En un determinado momento este hombre recapacita y hace una especie de balance. Su vida es un fracaso. De día en día crece su humillación e indignidad. Honestamente trata de responder a una pregunta que le nace desde muy dentro: ¿qué estoy haciendo con mi vida?
No se queda ahí. Su reflexión le lleva a dar pasos concretos para reorientar su vida de manera diferente. De hecho, toma una decisión nada fácil, pero que lo puede cambiar todo: «Volveré adonde está mi padre». Efectivamente, busca de nuevo a su padre, se encuentra con él y reconoce su pecado: «Padre, he pecado contra ti».
Es un error vivir corno si Dios no existiera para nosotros. Prescindir de él no conduce a una vida más humana, más sabia, más noble o gratificante. Cada uno hemos de decidir. Podemos vivir hasta el final en la indiferencia, pero podemos también reflexionar, hacer un balance y reaccionar.
No sirve de mucho seguir discutiendo sobre Dios, la religión, la Iglesia o los curas. La palabra decisiva que nos abre de nuevo el camino hacia Dios es ésta: «Padre, perdóname». Cuando alguien la dice de verdad desde el fondo de su corazón, es la señal más segura de que su relación con Dios ha cambiado radicalmente. Quien pide perdón a Dios no sólo cree que Dios existe, comienza a comunicarse con él. Esto lo cambia todo.
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco