17 noviembre, 2024

Al hombre de hoy ya no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre “el fin del mundo”. Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le preocupa es la “crisis ecológica”.

 No se trata sólo de una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no sólo para el hombre, sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo.

 Los hombres comienzan a darse cuenta de que se han metido a sí mismos en un callejón sin salida, arrastrando consigo a todo el planeta y poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy “progreso” no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida sino a la muerte.

 La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser acertado un camino que nos conduce a una crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas hasta el “vacío existencial” de tantos habitantes de las ciudades masificadas.

 Para detener el “desastre” es urgente cambiar de rumbo. No basta sustituir las tecnologías “sucias” por otras más “limpias” o la industrialización “salvaje” por otra más “civilizada”. Son necesarios cambios profundos en los intereses que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías.

 Y aquí comienza el drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir cambios fundamentales en su sistema de valores y de sentido. Los intereses económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es mejor desdramatizar la crisis, descalificar a “los cuatro ecologistas exaltados” y favorecer la indiferencia.

 ¿No ha llegado el momento de plantearse las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el “sentido global” de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?

Qué es el Mundo?  ¿Un “bien sin dueño” que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa (oikos) que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el Cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo, y conduce “los cielos y la tierra” hacia su consumación definitiva? ¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco