Carta del Párroco
El individualismo es, sin duda, uno de los rasgos que mejor caracterizan al hombre de hoy. Como recordaba el sociólogo americano D. Riesman en su renombrado estudio «La muchedumbre solitaria» , en la época moderna lo sagrado ya no es el grupo ni la familia, sino el individuo suelto y «autodirigido».
Desgraciadamente este individualismo moderno no lleva siempre a la autoafirmación de la persona. Después del toque de alarma de Ch. Lasch en «La cultura del narcisismo» no son pocos los que nos ponen en guardia ante cierto estilo de vida individualista que conduce a la pérdida de identidad humana.
El individuo moderno defiende «instintivamente» su libertad, pero ésta queda reducida muchas veces a una defensa recelosa de la esfera privada. Es una libertad sin contenido. Lo que importa es no atarse a nada ni a nadie. No depender de otros. Exigir derechos sin asumir obligaciones. Ocuparse y preocuparse sólo de uno mismo.
Este individualismo conduce entonces a un peligroso aislamiento. La persona se desentiende de todo lo que no sea su propio interés. Rehúye el compromiso e incluso el amor. Sólo le interesa su propio yo. Los problemas personales se hipertrofian. La tranquilidad se va convirtiendo en meta suprema. Lo importante es evitar tensiones y vivir sin problemas.
Curiosamente, al encontrarse por fin solo y sin ataduras, el individuo pierde seguridad. No se siente bien. Necesita coincidir con los demás, vivir a la moda, estar informado, encender el televisor, tener la sensación de que no está tan solo en la vida. Necesita sentirse vivo pero ya no sabe lo que es desplegar la vida desde el amor.
Frente a esta «cultura del yo», el Evangelio sigue invitando a la «cultura del nosotros». La humanidad no es «una muchedumbre de individuos aislados». El mundo no termina en mi piel. Todo ser humano es mi «prójimo». De todos me he de sentir responsable, aunque sólo sea para «dar a beber un vaso de agua». El individualismo contemporáneo no será humano mientras no escuche la pregunta de Dios: «Hombre moderno y progresista, ¿qué has hecho de tu hermano?»
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco