21 julio, 2024

No conozco ningún estudio documentado sobre la transformación que han sufrido nuestras fiestas estos últimos años, pero tendría su interés, al menos si es cierto aquello de Saint-Exupery: «Dime cuáles son tus fiestas y te podré decir cómo es tu civilización».

La fiesta es algo más que la interrupción del trabajo. «Hacer fiesta» significa entrar en una atmósfera afectiva peculiar despertando en nosotros nuevas posibilidades de disfrute y gusto por la vida.

Por eso, cuando las personas no están vivas por dentro o arrastran una existencia en gran parte vacía, es muy difícil entrar en la fiesta. Se puede organizar un programa atractivo de festejos, pero la fiesta no prende en los corazones.

Hay todavía algo más significativo. En la fiesta la vida se carga de un contenido nuevo. Al ser humano se le revela el sentido más pleno de la vida regenerándole así del desgaste y la rutina de la vida diaria.

La vida no se reduce a la esclavitud penosa del trabajo. La lucha y el esfuerzo no tienen la última palabra de todo. La existencia es regalo misterioso que hay que disfrutar y celebrar. Por eso hay algo de sacro en toda fiesta y es normal que el acontecimiento festivo brote casi siempre del culto o culmine en él.

Hoy sabemos hacer vacación pero a nuestra vacación le falta ese «algo más» que es imprescindible para celebrar festivamente la existencia. Sabemos interrumpir nuestro trabajo y olvidar por algún tiempo problemas y preocupaciones, pero nos falta ese sentido positivo de plenitud que invade al hombre en fiesta invitándole a celebrar a su Creador.

La desacralización de nuestras fiestas van reduciendo nuestras fiestas a diversión y esparcimiento colectivo, pero las vacían de su hondo contenido.

Para celebrar fiesta plena un pueblo ha de escuchar el estampido de los cohetes y chupinazos pero también la invitación de las campanas.

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco