19 mayo, 2024

Dentro de cada uno de nosotros hay un «espacio interior» que para muchos permanece desconocido e inexplorado. No es exactamente un ámbito sicológico. Está a un nivel más profundo. Es el centro más recóndito de la persona, donde se esconde el misterio de nuestro ser, donde resuenan las preguntas más hondas: ¿Quién soy yo?, ¿por qué estoy aquí?, ¿para qué?

El hombre de hoy ha aprendido muchas cosas, pero no sabe llegar hasta su propia interioridad. Vive volcado hacia lo exterior, sin capacidad para encontrarse consigo mismo. La vida moderna lo dispersa en mil ocupaciones, contactos y experiencias externas que lo alejan de sí mismo. El ruido, la agitación, el ritmo acelerado le impiden vivir «desde dentro».

La fiesta cristiana de Pentecostés puede ser una llamada a cultivar más nuestro mundo interior y a vivir más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros. ¿Cómo?

Entrar dentro de nosotros exige tiempo y calma. Quien trata de vivir desde dentro sabe muy bien que el exceso de trabajo y actividad no es una virtud, sino una enfermedad, una esclavitud. «Todos los días nos hace falta un buen rato de inactividad, para adentramos descalzos en nuestro mundo interior» (R Loidi).

Es importante, además, aprender a distanciamos de vez en cuando de nuestro quehacer cotidiano. Saber apartamos de las ocupaciones que nos atrapan y dispersan, para «hacer silencio» y encontramos con lo más profundo que hay en nosotros. No se puede vivir desde dentro sin asegurar «lugares» y «momentos» de interiorización.

Encontrarse a solas con uno mismo puede inspirar temor. Nos da miedo descubrir nuestras contradicciones e incoherencias, nuestra mentira y mediocridad, o nuestras frustraciones más profundas. Por eso, lo importante no es analizarse, sino descubrir la presencia amorosa del Espíritu de Dios que nos habita, nos sostiene, nos acoge tal como somos y nos invita a vivir.

El creyente se adentra en su interior en actitud confiada. Se sabe aceptado y amado. Por eso, no cae en la desestima o en la culpabilidad angustiosa. Se siente a gusto con Dios. Seguro. Su experiencia del Espíritu es siempre fuente de gozo. Un respiro en medio del vivir diario.

Este entrar en la propia interioridad no significa huir de la vida para replegarse estérilmente sobre uno mismo. Al contrario, es regenerarse desde la raíz, rescatar lo mejor que hay en nosotros, encontrarse de nuevo vivo y con fuerzas para vivir y hacer vivir. El Espíritu de Dios que habita en nosotros siempre es «dador de vida».

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco