12 mayo, 2024

El animal sólo capta en su entorno aquello que puede ser significativo para su instinto. Todo lo demás no existe para él. No mira a derecha ni izquierda. Sólo le interesa lo que enciende y atrae su tendencia instintiva. Los animales viven en un mundo cerrado.

El ser humano es muy distinto. Va buscando siempre respuesta concreta a sus necesidades, pero nunca queda satisfecho del todo. El mundo entero es incapaz de dar respuesta definitiva a lo que anda buscando. Siempre anhela «algo más». Nunca encuentra satisfacción duradera en sus propias creaciones. Su destino parece exceder todo lo que ha conquistado hasta ahora y lo que en el futuro pueda conquistar.

Así lo han visto filósofos y antropólogos. El deseo humano no conoce límites ni fronteras, vive bajo la presión de un «exceso de vitalidad» (M. Scheler), tiende hacia «lo insospechado» (A. Gehlen), está «transido de infinitud» (W Pannenberg), lleva en el corazón de su existencia una «apertura infinita» (H. Plessner). Está estructurado de tal manera que en cada deseo y estremecimiento busca algo que responda a su anhelo de felicidad eterna.

Durante este siglo hemos asistido a una fuerte crítica a la idea cristiana del «cielo»: no hay nada que esperar de Dios; todas nuestras esperanzas hemos de ponerlas en el hombre. No hay cielo, hemos de contentarnos con lo que nos pueda dar la tierra. Ha sido, sin embargo, un filósofo ateo, el alemán Ernst Bloch, quien ha planteado de nuevo la cuestión del cielo desde su raíz: ¿Qué hacemos con el «hueco» que deja la eliminación de la hipótesis de un Dios Salvador?

Hoy la actitud de los filósofos hacia la esperanza religiosa está cambiando (G. Váttimo, J. Derrida, E. Levinas, J. Habermas). Eugenio Trías publicó un estudio con el significativo título La razón fronteriza (Destino, Barcelona, 1999). Una vez más, el filósofo catalán nos recuerda que la razón siempre se topa con un «límite» más allá del cual nada puede conocer ni decir. Por eso, frente a una «razón sacralizada» por la Ilustración, que se ha atrevido a negar todo lo que ella no puede verificar, Trías aboga por una «razón fronteriza», abierta al misterio, que permite al espíritu humano remontarse de su propio cerco para buscar el encuentro con lo trascendente.

Según la fe cristiana, cuando la razón se encuentra con la frontera del misterio, el espíritu humano es invitado a creer en el «Dios escondido» que le promete saciar su hambre de felicidad eterna. Esperar el cielo no es sino escuchar esa promesa. A ello se nos invita en esta fiesta de la Ascensión del Señor.

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco