Carta del Párroco:
Vivimos en una cultura de la «satisfacción inmediata». Es, sin duda, uno de los rasgos más característicos de la sociedad actual. Desde la aparición de la gran obra de Gerhard Schulze, «La sociedad de la vivencia» (1992), los estudios se han multiplicado. El hombre occidental —se dice— busca la gratificación inmediata. Apenas le preocupa el pasado, no espera lo que le pueda traer el futuro. Por sí acaso, se lanza a disfrutar del momento presente.
Esta es hoy «la estrategia más razonable»: sacarle todo el jugo que se pueda al momento, no privarse de nada, estrujar cada instante. La palabra clave es «ahora». Hay que experimentarlo todo ahora mismo porque, tal vez, mañana sea demasiado tarde.
Las razones de este fenómeno parecen claras. El hombre moderno está sometido a la presión de un ritmo vertiginoso. Todo cambia constantemente. Lo que hoy tiene plena validez mañana queda anticuado. No puede uno detenerse en nada. Los autores repiten una y otra vez las mismas palabras: «transitoriedad», «inestabilidad», «précariedad», «inseguridad». Nada parece seguro ni duradero. Lo mejor es agarrarse al presente y vivirlo satisfactoriamente.
Esta actitud empieza ya a configurar los diversos ámbitos de la vida. Ya no hay compromisos duraderos. Las personas dependen de los deseos y apetencias del momento. Lo que importa es que la vida sea interesante y divertida. El matrimonio ya no es un compromiso «hasta que la muerte nos separe», sino un contrato «mientras la satisfacción dure». Esta búsqueda de satisfacción repercute también en el modo de entender y vivir lo religioso. Interesa la emoción, lo excitante y novedoso. Se busca lo exótico y se abandona lo que parece gastado y superado, sólo porque es familiar y conocido de siempre.
No es difícil captar en todo esto no poco de huída y evasión, «falta de seriedad» que diría S. Kierkegaard. De ahí la importancia de escuchar la llamada de Cristo: «Permanecen en mi amor… Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor» (Juan 15, 9-10). En el seguimiento a Cristo lo importante no son los sentimientos, emociones o novedades, sino el saber «permanecer» fieles en el amor. La existencia no es sólo diversión y entretenimiento. Es también responsabilidad.
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco.