14 enero, 2024

Un número grande de personas están abandonando hoy la fe antes de haberla conocido desde dentro. A veces hablan de Dios, pero es fácil observar que no han tenido la experiencia de encontrarse con él en el fondo de su corazón.

Tienen algunas ideas generales sobre el credo de los cristianos. Han oído hablar de un Dios que prohíbe ciertas cosas y que promete la vida eterna a quienes le obedecen. Pero no conocen del evangelio mucho más.

Es normal que esa idea que tienen de la fe no les resulte atractiva. No ven qué es lo que podrían ganar creyendo, ni qué les podría aportar el evangelio si no es toda una lista de obligaciones, además de esa promesa tan lejana y difícil de creer como es “la vida eterna”.

No sospechan que la fe del verdadero creyente se alimenta de una experiencia que desde fuera no se puede conocer. Como todo el mundo, también los creyentes saben lo que es el sufrimiento y la desgracia. Su fe no los dispensa de los problemas y dificultades de cada día. Pero en la medida en que la viven a fondo, su fe les aporta una luz, un estímulo y un horizonte nuevos.

En primer lugar, el creyente puede acoger la vida día a día como don de Dios. La vida no es puro azar; tampoco una lucha solitaria frente a las adversidades. En el fondo mismo de la vida hay Alguien que cuida de nosotros. Nadie está olvidado. Somos seres aceptados y amados. Así dice el Maestro Eckhart: “Si le dieras gracias a Dios por todas las alegrías que él te da, no te quedaría tiempo para lamentarte”.

El creyente conoce también la alegría de saberse perdonado. En medio de sus errores y mediocridad puede vivir la experiencia de la inmensa comprensión de Dios. El hombre de fe no se siente mejor que los demás. Conoce el pecado y la fragilidad. Su suerte es poder sentirse renovado interiormente para comenzar siempre de nuevo una vida más humana.

El creyente cuenta también con una luz nueva frente al mal. No se ve liberado del sufrimiento, pero sí de la pena de sufrir en vano. Su fe no es una droga ni un tranquilizante frente a las desgracias. Pero la comunión con el Crucificado le permite vivir el sufrimiento sin autodestruirse ni caer en la desesperación.

Siempre me ha conmovido esa postura noble del gran científico ateo Jean Rostand. “Ustedess tienen la suerte de creer” le gustaba repetir a sus amigos cristianos, y añadía: “De lo que yo estoy seguro es que me gustaría que Dios existiera”. Qué diferente es hoy la postura de quienes teniendo todavía fe en su corazón, la descuidan hasta perderla del todo.

 La escena evangélica nos presenta a unos discípulos interesados en conocer mejor el mundo de Jesús. El Maestro les pregunta: “¿Qué buscáis?”, y ellos contestan: “Maestro, ¿dónde vives?”. La respuesta de Jesús es todo un programa: “Venid y lo veréis”. No hay recetas mágicas para reavivar la fe. El camino es buscar, entrar en contacto con Jesús y su mensaje, y experimentar una manera nueva de vivir.

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco