3 diciembre, 2023

No es fácil celebrar hoy el Adviento. ¿Cómo desear, pedir o esperar la venida de Dios en medio de una sociedad donde, al parecer, Dios ya no interesa? Más que hablar de un Dios que viene (adveniens), ¿no deberíamos reflexionar sobre un Dios que se aleja, se oculta y se hace cada vez más extraño?

En muchos ambientes, Dios se ha ido reduciendo a un recuerdo del pasado. Ya no se habla de él en los hogares. En muchas conciencias, Dios no es sino una sombra poco agradable. Incluso no pocos que se dicen creyentes, apenas lo invocan. La actitud más generalizada es una indiferencia cada vez más frívola y que constituye, según el pensador J Moingt, «la experiencia cultural más cruel de la muerte de Dios».

Al parecer, Dios hoy no atrae ni preocupa. No suscita inquietud ni alegría. Sencillamente deja indiferentes a las personas. La vida humana puede discurrir tranquilamente, sin que nadie lo eche de menos. Pero, ¿es verdad que el hombre no necesita de Dios?

Desde el siglo dieciocho, se fue extendiendo la idea de que la ciencia y la técnica iban a librar al hombre de todo aquello que la religión no lo había podido librar: el hambre, las guerras, la pobreza o la tiranía. La fe en Dios parecía llamada a desaparecer como algo propio de una fase de ignorancia y oscurantismo de la historia de la humanidad.

Hoy, cuando vislumbramos ya el año dos mil, un hecho parece incuestionable: los grandes problemas, lejos de desaparecer, han crecido amenazadoramente. La culpa no es de la ciencia ni de la técnica, que han hecho posibles logros admirables. El que está mal es el hombre que utiliza ese poder científico y tecnológico. Y lo cierto es que ni la ciencia ni la técnica hacen al hombre ni más sabio ni más bueno.

Ha llegado el momento de hacerse una pregunta sencilla pero radical. ¿Qué es lo que puede hacer más humanos a los hombres y mujeres de hoy? ¿Qué es lo que puede dar sentido, orientación ética y esperanza a sus esfuerzos?

Ciertamente, Dios no es necesario para fundamentar la ciencia ni para desarrollar la técnica. Dios no es la respuesta a nuestras preguntas científicas ni la solución mágica para nuestros problemas. Pero, Dios, creído y acogido como Creador y Padre, puede ser el mejor estímulo para vivir con sentido, el mejor impulso para actuar de manera responsable, el horizonte más válido para vivir con esperanza.

Pero no hemos de ser ingenuos. Veinte siglos de cristianismo ponen ante nuestros ojos un hecho que no hemos de eludir. Tampoco la religión hace automáticamente a los cristianos más humanos que a los demás. Sólo un Dios acogido de forma responsable en el fondo del corazón puede transformar al ser humano. Por eso, celebramos los cristianos el Adviento.

Fraternalmente

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya

Párroco