Carta del Párroco:
Las grandes escuelas de psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón; hasta hace muy poco, los sicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una personalidad sana. Se pensaba erróneamente —y se sigue pensando— que el perdón es una actitud puramente religiosa.
Por otra parte, el mensaje del cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a perdonar con generosidad fundamentando esa actuación en el perdón que Dios nos concede, pero sin enseñar mucho sobre los caminos a recorrer para llegar a perdonar de corazón. No es pues extraño que haya personas que lo ignoren casi todo sobre el proceso del perdón.
Sin embargo, el perdón es necesario para convivir de manera sana. En la familia donde los roces de la vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos. En la amistad y el amor donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades posibles. En múltiples situaciones de la vida en las que hemos de reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar, puede quedar herido interiormente.
Hay algo que es necesario aclarar desde el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal.
Perdonar no quiere decir necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede ser dañoso si el individuo acumula en su interior una ira que más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia uno mismo. Es más sano reconocer y aceptar la cólera compartiendo tal vez con alguien la rabia e indignación.
Luego será más fácil serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de venganza para no añadir todavía más mal ni hacernos más daño. La fe en un Dios perdonador será entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimable. Cuando uno vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco