6 octubre, 2019

Carta del Párroco:
Hace unos años, el filósofo y sociólogo de origen belga, C. Levi-Strauss, hacía una declaración que refleja bien la actitud agnóstica de no pocos contemporáneos: «No me siento preocupado por el problema de Dios; para mí es absolutamente tolerable vivir consciente de que nunca podré explicarme la totalidad del universo.» Para este tipo de agnosticismo, la «totalidad del universo» está ahí como una realidad «inexplicable» cuyo origen y fundamento resulta insondable, pero ante esta realidad sólo siente despreocupación y falta de interés.

Los creyentes nos distinguimos de estos agnósticos, no porque intentemos decir «algo» sobre Dios, mientras ellos niegan lo que nosotros confesamos. No está ahí el fondo de la cuestión. Aunque reprimida a veces por diversos factores, la pregunta sobre el misterio del universo parece inevitable para todos. Lo propio de los creyentes, a diferencia de los agnósticos, es que se atreven a abandonarse de manera confiada a ese Misterio que subyace a la «totalidad del universo».

Como decía K Rahner, este «abandonarse» propio de la fe es «la máxima osadía del hombre». Una ínfima partícula del cosmos se atreve a relacionarse con la «totalidad incomprensible y fundante del universo», y lo hace, además, confiando absolutamente en su poder y en su amor. No estaría de más que los cristianos tomáramos más conciencia de la audacia inaudita que supone atreverse a confiar en el misterio de Dios.

El mensaje más nuclear y original de Jesús ha consistido precisamente en invitar a la humanidad a confiar incondicionalmente en el Misterio insondable que está en el origen de todo. Esto es lo que resuena en su anuncio: «No tengáis miedo… Confiad en Dios. Llamadlo «Abba» (Padre querido), pues lo es en verdad. El cuida de ustedes. Hasta los cabellos de su cabeza están contados. Tened fe en Dios.»

Esta fe radical en Dios está en la base de toda oración. Orar no es una ocupación entre otras muchas posibles. Es la acción más seria y fundamental de la persona, pues en la oración el ser humano se acepta a sí mismo en su misterio más hondo como criatura que tiene su origen y fundamento en Dios.

El hombre de hoy se está alejando de Dios, no porque esté convencido de su no existencia, sino porque no se atreve a abandonarse confiadamente en Él. El primer paso hacia la fe consistiría para muchos en postrarse ante el Misterio insondable del universo y atreverse a decir con confianza: «Padre.» En estos tiempos en que esa confianza parece debilitarse, nuestra oración debería ser la que los discípulos hacen al Señor: «Auméntanos la fe.»

Pbro. Luis Fernando Soteo Anaya
Párroco