2 julio, 2023

Sus rostros no aparecen en la televisión. Nadie airea su nombre en la radio o la prensa. Pero son hombres y mujeres grandes, porque su vida es una bendición en medio de esta sociedad.

Ellos forman ese ejército pacífico de voluntarios que trabajan de manera gratuita y callada, sólo porque les nace del corazón estar junto a los que sufren.

Jóvenes que pasan el fin de semana con el minusválido necesitado de amistad y compañía. Mujeres que se hacen cargo de esos ancianos que no tienen a nadie que se ocupe de ellos. Matrimonios que acogen en su casa a un toxicómano para acompañarlo en su rehabilitación.

Yo me los he encontrado sirviendo a los vagabundos en el comedor social o en los albergues para transeúntes. Los he visto escuchando con solicitud a través del «Teléfono de la Esperanza» a personas hundidas en la depresión o la angustia. Conozco su constancia para acercarse a la cárcel, domingo tras domingo, a compartir unas horas con los presos.

Los voluntarios no son personas de cualidades excepcionales. Son sencillamente humanos. Tienen ojos para descubrir las necesidades de la gente, oídos para escuchar su sufrimiento, pies para acercarse a quien está solo, manos para tendérselas a quien necesita ayuda y, sobre todo, un corazón grande donde cabe todo ser desvalido.

Eso es precisamente lo más importante: los voluntarios ponen verdadero amor en la sociedad actual. Nos ayudan a descubrir que no se debe confundir el amor con el sentimentalismo o la limosna. Que la solidaridad se construye con gestos, y no con palabras.

Los voluntarios nos enseñan que amar al ser humano significa querer a las personas concretas, y no simplemente a los sistemas, los partidos o las estructuras.

Los voluntarios no cobran dinero, pero ganan muchísimo. Ganan la sonrisa del enfermo, el cariño del preso, las lágrimas agradecidas del anciano. Ganan, sobre todo, el placer de aliviar el sufrimiento del hermano.

Gloria Fuertes, con su ternura de mujer poeta, dice que el premio del voluntario es que se convierte en un artista: «El voluntario no ha pintado un cuadro, no ha hecho una escultura, no ha inventado una música, no ha escrito un poema, pero ha hecho una obra de arte con sus horas libres». 

Jesús piensa en un premio todavía más grande para ellos: «El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos… no perderá su paga, os lo aseguro».

P. Fernando Sotelo Anaya.