27 febrero, 2022

La advertencia de Jesús es fácil de entender. «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en las zarzas, ni se vendimian racimos en los espinos.»

En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos ((espinos>) de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada uno para sanar un poco la convivencia social tan dañada entre nosotros?

Tal vez hemos de empezar por no hacerle a nadie la vida más difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de tal manera que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, nuestra amargura y agresividad. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.

Son necesarias también personas que sepan acoger. Cuando escuchamos y acogemos a alguien, lo estamos liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por muy difícil y dolorosa que sea la situación en que se encuentra, si la persona descubre que no está sola y tiene a alguien a quien acudir, nacerá de nuevo en ella la esperanza. Qué gran tarea puede ser hoy ofrecer refugio, acogida y respiro a tantas personas maltratadas por la vida.

Hemos de desarrollar también mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que, hagan lo que hagan y por muy graves que sean sus errores, en mí encontrarán siempre a alguien que las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no despreciar a nadie ni siquiera interiormente. No condenar ni juzgar precipitadamente y sin compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y condenas de las personas sólo muestran nuestra poca calidad humana.

Es también importante poner fuerza interior en el que sufre. Nuestro problema no es tener problemas, sino no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay personas que sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión… No necesitan sólo recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta su sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.

El perdón puede ser otra fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni alimentan de manera insana el odio o la venganza, sino que saben perdonar desde dentro, siembran esperanza en el mundo. Junto a esas personas siempre crecerá la vida.

No se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia del ser humano. Se trata sencillamente de escuchar la consigna de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.» La manera más sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada en algunos valores humanos es hacer el bien «sin devolver a nadie mal por mal…; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Rm 12, 17-18).
P. Fernando Sotelo Anaya.