23 febrero, 2022

Casi siempre que he escrito sobre el perdón he recibido mail, por lo general anónimos, en que se me acusaba de hacer más difícil todavía la lucha contra la violencia, de olvidar el sufrimiento de las víctimas, no entender la humillación de quien ha sido traicionado por su cónyuge, no «tener los pies sobre el suelo» y cosas semejantes.

No me resulta difícil comprender esta resistencia al perdón. ¿Cómo no voy a intuir la rabia, impotencia y dolor de quien ha sido víctima de la violencia, el desprecio o la traición? Pero, precisamente, el resentimiento y la agresividad que se advierte tras esas líneas me hacen ver con mayor claridad qué sería de un mundo en que se suprimiera el perdón.

Hay un mecanismo de defensa bien conocido en Psicología. En virtud de un «mimetismo misterioso», quien ha sido víctima de una agresión tiende a su vez a ser malo imitando de alguna manera a su agresor. Se trata de una reacción casi instintiva que se desata en el inconsciente individual o colectivo y que puede incluso transmitirse de generación en generación.

Si, en algún momento, no se produce una reacción de signo contrario, el mal tiende a perpetuarse. Cuando no se quiere o no se puede perdonar, queda en la víctima una «herida mal curada» que le hace daño a ella más que a nadie, pues la encadena negativamente al pasado. Por otra parte, el resentimiento instalado en una sociedad hace más difícil la lucidez para buscar caminos de convivencia y puede bloquear todo movimiento para encontrar solución a los conflictos.

El deseo de revancha es, sin duda, la respuesta más instintiva ante la ofensa. La persona necesita defenderse de la herida recibida, pero, como advierte el conocido experto .J.M. Pohier, quien pretenda curar su herida infligiendo sufrimiento al agresor, se equivoca. El sufrimiento no posee un poder mágico para curar de la humillación o la agresión recibidas. Puede producir una corta satisfacción, pero la persona necesita algo más para volver a vivir de forma creativa. Lo decía hace mucho tiempo H. Lacordaire: «Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona.»

A veces se olvida que el proceso del perdón, a quien más bien hace es al ofendido, pues lo libera del mal, hace crecer su dignidad y nobleza, le da fuerzas para recrear su vida, le permite iniciar nuevos proyectos. Cuando Jesús invita a perdonar «hasta setenta veces siete», está invitando a seguir el camino más sano y eficaz para erradicar de nuestra vida el mal. Sus palabras adquieren una hondura todavía mayor para quien cree en Dios como fuente última de perdón: «Perdonad y seréis perdonados.»
P. Fernando Sotelo Anaya.