UN BAUTISMO NUEVO
El Bautista habla de manera muy clara: Yo os bautizo con agua, pero esto sólo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro más fuerte, lleno de Espíritu de Dios: El os bautizará con espíritu santo y fuego.
Son bastantes los «cristianos» que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con «agua», pero no conocen el bautismo del «espíritu». Tal vez, lo primero que necesitamos todos es dejarnos transformar por el Espíritu que cambió totalmente a Jesús. ¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del Bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna. Quien no vive desde esta perspectiva, no conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a Galilea a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio de la vida, donde se le tiene que sentir a Dios como «algo bueno»: un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien no le siente así a Dios, no sabe cómo vivía Jesús.
Jesús abandona también el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a Juan. El mundo debe saber lo bueno que es este Dios que busca y acoge siempre a sus hijos perdidos porque sólo quiere salvar, no condenar. Quien no habla este lenguaje de Jesús, no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer «gestos de bondad» que el Bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.
P. Fernando Sotelo Anaya