LO PRIMERO
A Dios le duele el sufrimiento de la gente. Por eso, su primera reacción ante el ser humano es la compasión. Dios no quiere ver sufrir a nadie. Tampoco Jesús. Lo primero para él era eliminar o aliviar el sufrimiento. Si le duele el pecado, es precisamente porque el pecado hace sufrir o permite que la gente siga sufriendo.
Por eso, la compasión no es una virtud más. Es la única manera de parecemos a Dios, el único modo de ser como Jesús y de actuar como él. Lo primero que Jesús pide a sus seguidores: «sean compasivos como nuestro Padre es compasivo».
La compasión ha de ser, por tanto, la actitud que inspire y configure toda la actuación de la Iglesia. Si lo que hacemos desde la Iglesia no nace del amor compasivo, será casi siempre irrelevante, e incluso peligroso, pues terminará desfigurando la misión de la Iglesia y el verdadero rostro de Dios.
A la Iglesia, como a toda institución, no se le hace siempre fácil reaccionar con compasión. Menos aún, mantener por encima de todo la supremacía de la compasión. Nos cuesta ponemos en la carne de las personas concretas que sufren. Le cuesta a la Iglesia llamada «institucional» y le cuesta a la Iglesia llamada «progresista».
Pero, ¿qué es una Iglesia sin compasión?, ¿quién la escuchará?, ¿en qué corazón tendrá eco su mensaje? Sin duda, la sociedad necesita directrices morales y principios de orientación, pero las personas concretas necesitan ser comprendidas con sus problemas, sufrimientos y contradicciones. Una palabra que no esté transida de compasión dificilmente será bien acogida.
No se trata sólo de que los cristianos hagamos «obras de misericordia», sino de que la Iglesia entera sea signo de la misericordia y del amor compasivo de Dios al hombre y la mujer de hoy. Esta sociedad «enferma» necesita urgentemente una palabra de crítica y de aliento. Y la Iglesia se la puede comunicar desde el evangelio. Pero, probablemente, para ser escuchada, ha de provenir de una Iglesia cercana y compasiva (nunca permisiva) a la que se le vea sufrir con las heridas fisicas, morales y espirituales de las personas.
Lo dijo Jesús: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos».
P. Fernando Sotelo Anaya.